(*) Esta columna fue publicada aquí con el título “Seguridad Energética II” el 19 de Abril del año 2021, 10 meses antes de la invasión rusa a Ucrania y 16 meses antes de la propuesta del nuevo gobierno, esta semana, de que Colombia se arriesgue otra vez a depender para sus necesidades de gas de la producción de Venezuela. Ha sido ligeramente editada para abrirle espacio a esta nota.

En 1997 Argentina suscribió un acuerdo para suministrar gas a Chile, fincado en la mutua conveniencia económica y el buen momento de sus relaciones. El trato se cumplió inicialmente, pero ante incrementos en la demanda interna Néstor Kirchner lo incumplió desde el 2004 hasta promediar disminuciones de más del 50 % en el 2006 con picos del 80%. Ello ocasionó una crisis energética en Chile de grave impacto económico, en momentos en que los precios de los sustitutos importados se duplicaron. La relación binacional fue una víctima más.

En el 2007 Ecopetrol y PDVESA firmaron un contrato para intercambiar gas. Colombia entregaría 150 Millones de Pies Cúbicos Diarios (MPCD) entre 2008 y 2011; luego la misma cantidad sería devuelta por Venezuela. Pero el gasoducto construido llega es a sitios de consumo de gas en Venezuela, no de producción. Al finalizar ese plazo Ecopetrol aceptó duplicar la exportación, a 300 MPCD, y extenderla otros 3 años. Aún no hemos visto un pie cúbico devuelto, ni sabemos si el enviado fue pagado. El país perdió así el equivalente a 1,3 años de reservas a la tasa de extracción actual. ¡Qué falta nos hacen en el Caribe!

Eso para no describir cómo Putin utiliza el gas ruso para arrollar a Ucrania y se apresta a aumentar su poder sobre Alemania al haberse ésta apresurado a apagar sus centrales nucleares a raíz del accidente de Fukushima; ni recordar la economía de guerra que forzó al régimen nazi a perfeccionar el costoso proceso para producir gasolina a partir del carbón; ni tampoco las exigencias a las que la OPEP ha sometido al resto del mundo por medio siglo. Todo lo anterior para ponerle rostro a la expresión “independencia energética”, mencionada en la columna anterior como la escala más alta de la seguridad energética. No se trata de buscar la autarquía, sino de subrayar que ésa es una variable estratégica que solo podemos subestimar a nuestro propio y grave riesgo.

Colombia está en el puesto 29 en el ranking mundial de población por países, el 0,66% de ésa, pero está en el lugar 85 en PIB per cápita, por esto nuestra participación en el consumo de energía mundial se reduce al 0,33%. Colombia es, además, uno de los 7 países con menor huella de carbono en su generación de energía eléctrica gracias a la participación del 70% de energía hidráulica en su canasta de fuentes; o sea que el porcentaje global de la huella de carbono de nuestra generación eléctrica es insignificante. Bienvenidas las energías limpias, pero tenemos carbón para un siglo a las mínimas tasas actuales de utilización, así como un gran potencial de reservas de gas; despreciarlas sería un sacrificio costoso, inútil, imprudente.

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