Siempre he sentido a Nueva York como mi segunda ciudad. Caminar por sus calles y nutrirse de las múltiples culturas que allí habitan y visitan es la oportunidad para cualquiera de sentirse un ciudadano del mundo.
Algunos se quejan de los olores del metro, de la indigencia, de las ratas que a veces se atraviesan por la calle. Pero nada de eso logra opacar las luces de la gran manzana. Una ciudad donde confluyen diferentes corrientes de arte y pensamiento, activismo cultural y político. Un real laboratorio social que permite interpretar con anticipación, la mayoría de las tendencias que luego se expandirán por el mundo. Todo lo malo y lo bueno. Por eso la hace digna de ese apodo: la Capital del Mundo.
Luego de algunos años sin visitarla, volví. Pero algo está distinto. El clima social no se siente el mismo. Si bien la indigencia siempre ha hecho parte del paisaje de esta metrópolis, el problema ahora es otro. No son los mismos de antes. En el metro, los vagones no solo llevan gente de distintas culturas: cargan sombras. Hombres y mujeres hablando solos, discutiendo con la nada. Miradas perdidas. Y en la superficie, entre turistas y locales, caminan cuerpos semidesnudos, sucios, como salidos de una escena apocalíptica.
Es como si la ciudad se hubiera desdoblado y mostrara su cara más frágil. Las estadísticas dicen que más de 104 mil personas duermen cada noche en refugios municipales. Cifras récord. Pero los números no cuentan lo esencial: que muchos de esos rostros no solo cargan hambre. Cargan heridas mentales profundas. Soledad. Desconexión. Enfermedad.
Lo que se ve en sus calles no es solo una crisis local, sino un síntoma global. Una señal de que algo está fallando en nuestra forma de vivir. De que el brillo de las pantallas y los rascacielos no alcanza a ocultar el colapso emocional que se expande como una plaga silenciosa.
Quizás por eso en esta época necesitamos menos abogados y más psicólogos. No más gente buscando culpables, sino más gente dispuesta a escuchar el dolor que nadie sabe cómo nombrar.
Aún así, la ciudad sigue siendo la mejor oportunidad para asistir a eventos artísticos, visitar museos, valorar su historia y arquitectura. Y sobre todo experimentar distintas culturas, las cuales puedes vivir y saltar de una a otra, viajando un par de paradas en sus cientos de líneas de metro subterráneo.
Pero si Nueva York es el espejo del mundo, y es el laboratorio de lo que vendrá en el resto del mundo. Lo que hoy refleja es una humanidad rota, caminando sin rumbo, hablándose a sí misma para no desaparecer del todo.
@eortedadelrio