Desde hace 16 meses, enero del 2020, he venido siguiendo las encuestas y percepción de las emociones en los colombianos. Además de medir su estado de ánimo son indicadores del bienestar de su cerebro. En enero del 2020 la emoción que predominaba era la felicidad. Teníamos la esperanza del nuevo año y que quizá las cosas mejorarían. Luego arrancó la pandemia y vino la angustia como emoción predominante. A mediados de año solo conocíamos algunos efectos de la enfermedad. Apareció la incertidumbre a ocupar el baúl de las turbaciones seguida por el miedo. ¿Seriamos víctimas del SARS-CoV-2? ¿Qué pasara con nuestra familia? La contingencia de la vida y su fragilidad nos lo mostró la covid-19. Y finalizamos este recorrido con la última exploración de mayo del 2021 en donde el sentimiento que predomina es el de la tristeza. Preocupante situación especialmente en nuestros jóvenes: 4 de cada 10 jóvenes en Colombia se sienten tristes.

Las emociones son el impulso de la vida. La energía de nuestras actuaciones. Como el famoso caballo de paso fino colombiano: las emociones son los bríos y la rienda, la razón, esa que llevan nuestros insuperables chalanes. Las bases neurológicas del proceder y los fundamentos del comportamiento tienen el sello de nuestras emociones.

Cuando emociones primarias como el estado de ánimo demuestran tristeza el individuo este abatido, ve el futuro con lentes oscuros, dócil, manso. manipulable. Tiene una sensación de vacío y perdida del interés por todas las actividades. No se pueden concentrar y su pensamiento lento, vagabundea sin rumbo fijo. Giran como autómatas alrededor de la misma idea; no avanzan. Fustigador para un pueblo que la salud mental de sus jóvenes predomine la tristeza como emoción básica. Es un territorio sin esperanza, es una nación sin futuro. De la tristeza a la depresión solo hay unos cuantas semanas y un país deprimido en su salud mental es una nación suicida en sus proyectos, sin ilusión.

Hay dos puntos importantes en las emociones como vehículos sociales. Por un lado, las negativas afectan el aprendizaje y el rendimiento. No permite que se consolide la memoria y mantiene la amígdala encendida, con sensación de alarma y miedo. Por otra parte, el mal uso que se puede dar a las emociones en donde en ese estado de vulnerabilidad pueden direccionarse acciones con propósitos destructivos sin entender bien la causa de la motivación. Son autómatas que sin pensar ejecutan órdenes. Se convierten nuestros muchachos en carne de cañón: son los de la primera fila. ¡Fusibles utilizables!

El cerebro en construcción de nuestros jóvenes tiene la creencia que son libres y que actúan en forma soberana e independiente. Son devotos del libre albedrio. Ingenuos, no caen en cuenta que hoy día se puede piratear o hackear el cerebro Nos pueden vender desde la crema dental hasta un político. Manipulan nuestras emociones y la decisión que tomamos son conducidas. Hay tres botones en el cerebro humano que responden a este tipo de maniobras: el odio, el miedo y la codicia. Encenderlos con noticias imaginarias o verdades falsas es el primer paso y así “arranca” el cerebro de los muchachos. Quienes venden políticos lo saben y muy bien. Los presentan redentores y luego el camaleónico mensaje va atizando el odio o el miedo y en esta forma piratean su cerebro.

Escuchar a los jóvenes, sí. Pero, con un cerebro limpio de emociones turbias y el corazón latiendo reconciliación.