Estamos acostumbrados a que toda comparación que hagamos de Colombia con Venezuela es para mostrar cómo estamos de bien y ellos de mal. Y para demostrarlo nada más fácil que los miles y miles de venezolanos desplazados que han llegado a nuestro país. Pero no siempre eso fue así, hubo un tiempo en que eran los colombianos los que se desplazaban hacia Venezuela en busca de un mejor futuro porque allá había oportunidades de trabajo que aquí no las había. Y no las hay todavía, si no, nuestro porcentaje de informalidad no sería tan vergonzoso como lo es hoy.

Que Venezuela era un país rico por el petróleo, es verdad. Que el venezolano era tronco de flojo y los colombianos tremendos camelladores, verdad a medias. Lo que sí es cierto, es que ese gobierno paternalista les hizo daño a sus ciudadanos, los malacostumbró. Con unas exportaciones de crudo que casi triplicaban las totales nuestras, para una población que es dos terceras partes de la de Colombia, el per cápita a favor de ellos era enorme. Pero también es cierto que un gobierno con mayores libertades lograba allá cambios y reformas más rápidas y contundentes, porque nada más paquidérmico que el Estado colombiano.

Una muestra: con el Decreto 3464 de 1953 nació la Reforma Agraria en Colombia, la cual se modificó en diferentes oportunidades, pero en realidad el campo colombiano continúa siendo paupérrimo comparado con el de cualquier país sin la riqueza natural de nuestras tierras. Riqueza de leyes, fracaso de todas. Y así como ha sucedido con la fracasada Reforma Agraria ha pasado con las leyes “para favorecer” la industria, las investigaciones, etc., y entonces se inventan nombres pegajosos como “economía naranja” y otros. Muchas leyes y mucho bla-bla-bla, pero más gaseosos que una Coca Cola.

Por experiencia propia pude ver el renacer del campo y de la industria en Venezuela, y en un término de unos 4 años el positivo cambio fue total; cambio que se veía; se sentía y lo mejor, se vivía. Eso sucedió hace unos 27 años, y nadie tiene que contármelo, porque lo viví de manera directa.

¿Y cómo se logró? Pues el gobierno creó el llamado “cambio múltiple” con dólares preferenciales para lograr la creación de nuevas industrias, la modernización de las existentes e incentivar el campo; en ambos casos para multiplicar producción, y así optimizar la calidad alimentaria y de manufacturas. Para las importaciones de maquinarias y equipos industriales, así como para tractores y equipos para la modernización del agro, el dólar preferencial costaba el 40% del normal, y para materias primas e insumos para ambos, ese dólar preferencial valía el 60%.

Una herramienta de reactivación directa, sin intermediarios bancarios, sin vericuetos, que fue aprovechada de tal forma que en poco tiempo pude yo apreciar cómo cambiaba ese campo que me tocaba recorrer en mi famoso Monza negro por toda la geografía venezolana, y al visitar sus factorías apreciaba la enorme diferencia con las colombianas. Sobre todo sus agroindustrias; se sentía uno en un país realmente avanzado. Ese cambio se sucedió en solo 4 años. ¿Y aquí? Aquí seguimos igual y así seguiremos después del COVID-19 mientras todas las ayudas se limiten a modificar sistemas de crédito a través de una banca que resulta siendo siempre, la verdadera beneficiaria de esas “ayudas”.

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