Cuando salgo de paseo dominical por los diferentes municipios del Atlántico, lo hago para alejarme un poco del trajín citadino, pero también para comprobar los nuevos desarrollos que se puedan apreciar en nuestras poblaciones, y es por eso que entro a cada una y recorro sus calles, plazas, analizando sus nuevos parques, colegios, centros de salud, y obviamente, el comportamiento de sus pobladores. Aun sabiendo que se trata de condiciones muy diferentes, siempre los comparo con los pueblos del interior del país, y aunque justifico algunas de las razones que favorecen a las poblaciones andinas, concluyo que también se debe a la falta total de compromiso de los habitantes de algunas de las nuestras, y obviamente de quienes las deberían liderar, alcaldes, concejales, líderes comunales y ciudadanos de familias tradicionales, quienes tal parece que deberían recibir inducción, direccionamiento y apoyo de profesionales de la gobernación y de universidades locales con programas dirigidos al embellecimiento de sus pueblos, como parte de sus obligaciones con la comunidad y para mejorar su calidad de vida.
Por décadas las campañas políticas para gobernadores y alcaldes han estado enfocadas en ofrecer para nuestros municipios y sus corregimientos, vías de acceso, alcantarillado, agua potable, energía, gas, y recientemente, colegios, plazas, parques, campos deportivos y centros de salud. Resulta innegable que sí han cumplido, pero no concibo que las próximas campañas se basen en las mismas propuestas porque la mayoría de nuestros pueblos ya contarán con esos servicios e instituciones, en cambio, muchos siguen mostrando la miseria de su presentación urbana a lo largo y ancho de sus cabeceras, y aún más en sus corregimientos y veredas. Algunos parecen haberse detenido en el tiempo, allá por los años 50 y 60 del siglo pasado. Francamente le generan a uno tristeza, porque en estos se aprecia la carencia total de iniciativa y de liderazgo.
Cualquiera que recorra Sabanagrande, Santo Tomás y Palmar de Varela, por citar un solo ejemplo, podrá comprobar que aún en verano, Santo Tomás ofrece una arborización muy frondosa que lo convierte en una población fresca y acogedora. En contraste, sus vecinas, Sabanagrande y Palmar de Varela, se aprecian áridas y calurosas, siendo que cuentan con el mismo tipo de suelo y clima. Esa tremenda diferencia, supongo, se debe a que hace años uno o varios líderes impulsaron a los tomasinos a sembrar muchos árboles y con esto, motivaron a sus habitantes para tener jardines con matas y flores en sus casas, logrando vivir hoy en una población más fresca y agradable. Me encantaría que este ejemplo que hoy hago público, cale en los residentes de esas dos poblaciones vecinas, y obviamente en los del resto de los municipios del departamento.
Aunque el ejemplo de la arborización es solo uno de tantos cambios que nuestras poblaciones del Atlántico requieren, porque aunque Galapa, Tubará, Usiacurí y alguna otra, hayan progresado algo en su infraestructura urbana, en otras se aprecia el abandono en sus calles deterioradas o destapadas, en su carencia de andenes o estos destruidos, también en la mayoría de los muros de sus casas y de establecimientos, sucios, descuidados, que impactan negativamente al visitante. Obviamente se deduce que sus pobladores se han acostumbrado a esa condición, y no es necesariamente por falta de recursos, porque los fines de semana, la cerveza y el licor corren al ritmo de los picós a todo volumen.
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