El Heraldo
Opinión

Minimalismo digital

No se trata de despreciar las mejoras que las comunicaciones modernas han traído a nuestra cotidianeidad, sino de usarlas de una forma responsable y sana.

Hace unas cuantas semanas, mientras esperaba sentado en un sitio muy concurrido dentro de un centro comercial, me di cuenta de algo que ya puede parecer una obviedad. Al observar distraídamente el comportamiento de las personas, pude ver cómo casi todas tenían un celular en sus manos mientras caminaban por los pasillos y la mayoría, de hecho, estaba mirando la pequeña pantalla al avanzar. No se molestaban en subir la cabeza para percatarse de lo que sucedía a su alrededor, confiando en exceso en su visión perimetral y completamente absortos en lo que les mostraban sus aparatos. Algunos hablaban utilizando auriculares y otros incluso mantenían esa actitud a pesar de estar sentados en una mesa, con compañía. Me pregunté qué podía ser tan importante en sus vidas que ni siquiera les permitía darse un momento para detenerse y ocuparse de otras cosas, qué podía demandar una reacción tan inmediata y urgente. Esa pregunta me ha rondado desde entonces.

Intrigado hace tiempo por las motivaciones subyacentes que regulan los comportamientos de nuestros semejantes, sobre todo cuando encuentro rasgos tan repetidos como fastidiosos, unos días después empecé a leer el libro cuyo nombre da título a esta columna. Su autor es Cal Newport y en su obra intenta explicar, sin demasiados tecnicismos, por qué hemos terminado sometidos por unos algoritmos californianos y por qué eso no es bueno; para luego ofrecer algunas recomendaciones que nos permiten mejorar nuestra relación con el mundo digital. No se trata de despreciar las mejoras que las comunicaciones modernas han traído a nuestra cotidianeidad, sino de usarlas de una forma responsable y sana.

Uno de los datos más llamativos que se encuentran en el libro, es el tiempo que los adolescentes norteamericanos le dedican al consumo de entretenimiento digital, incluyendo el uso de redes sociales o servicios de streaming. Según la organización Common Sense Media, entre 2015 y 2019, es decir, antes de la pandemia, los jóvenes entre 13 y 18 años ocupaban entre 7 y 9 horas diarias en esas distracciones. Newport, que publicó el libro en 2019, supone que si este tipo de consumo desproporcionado puede llevar a manifestaciones de inestabilidad mental debería notarse primero en esa franja etaria, entendiéndolos como una especie de canarios en la mina. Lamentablemente lo que están viviendo los jóvenes hoy, sus ansiedades, angustias y el elevado reporte de casos de desórdenes mentales, parece confirmar lo que vaticinaban esas cifras. Desde luego, todo lo que trajo consigo la pandemia, que todavía no acaba, seguramente ha terminado por afectarlos más.

El mensaje del libro es relevante: lo importante es que las tecnologías faciliten la vida, no que la gobiernen. Para el caso de los celulares, no tiene sentido que con cada vibración o pitido que emiten esos artefactos dejemos todo y nos apuremos a revisarlos, o que lo hagamos con compulsión aunque no hayan emitido nada. Por eso vale la pena leer el libro, para que cada quien saque sus propias conclusiones y eventualmente se anime a darle un uso adecuado a unas herramientas que están diseñadas para que desperdiciemos nuestras vidas mirando sus pantallas.

moreno.slagter@yahoo.com 

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