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Opinión

¿Ardió Notre Dame para que la humanidad cambie?

La magnífica e inspiradora catedral de Notre Dame, en el corazón de París –la ciudad luz–, ardió ante los ojos desorbitados de todas las personas del mundo, católicas, cristianas y de toda creencia religiosa, porque era el sitio más visitado del planeta en peregrinación religiosa o simplemente arquitectónica y estética. 12 millones de visitantes al año nos informan del valor, el interés y el impacto inolvidable de entrar a ese recinto que, de manera extraordinaria, nos cambió a todos los que tuvimos esa suerte el concepto del arte, de la historia y, más importante aún, fortaleció en cada quien su creencia en Dios. Sí, gracias a la maravilla de sus vitrales y tragaluces la nave central producía un efecto de enajenación espiritual indescriptible.

Durante las muchas veces que tuve la inmensa suerte de orar allí en solitario o escuchar un concierto magnífico de corales o de violonchelo, tuve la sensación indescriptible de que Dios es todo y está en todas partes, que hasta la más diminuta hormiga pasando por los humanos y alcanzando las estrellas formamos parte de una malla divina que cubre al Universo. Allí, sentí en mi propio cuerpo la fuerza poderosa de ese centro milenario de oración, porque sus arquitectos fueron unos magos de la luz al construirla de tal forma que, en tiempos en que se iluminaban aún con velas (1200 a 1650), la nave recibía el crisol de la luz solar a través de magníficos vitrales y no se extrañaba la luz eléctrica.

No tengo palabras para describir la cantidad y la belleza de las esculturas, los óleos, las columnas, el altar mayor, los capiteles, las columnas. Insisto en la certeza de la grandeza de la presencia divina, que siempre me llenó de alegría y una euforia espiritual que solo volví a sentir visitando abandonadas capillas románicas en Los Pirineos, porque en esos siglos (XII al XVII) se construían los templos de acuerdo a las líneas de energía, las corrientes de agua subterráneas y siempre se orientaban mirando hacia Jerusalén, así como los árabes trabajaban en dirección a La Meca. Hoy, Jerusalén es el centro vital de las tres religiones unicistas que por desgracia, siendo descendientes de tres hermanos, sus dirigentes no han tenido la decencia ni la inteligencia de entenderse y tolerarse.

Lo de ayer, confirma una profecía de Nostradamus, quien en el siglo XVI profetizó para este tiempo: “En Francia o España, con la entrada de la primavera una iglesia arderá en fuego, una gran iglesia de todos los tiempos se quemará por los pecadores. El fuego quemará los símbolos que se han utilizado para el ego de los hombres y no en el nombre de Jesús. Una gran iglesia se quemará para traer buenas nuevas”. Y es cierto, algo tenía que golpear a la humanidad para que líderes y seguidores cambiemos la muerte por la vida y cese el horror que se vive en todo el planeta, donde el hombre es lobo para el hombre.

losalcas@hotmail.com 

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