El diálogo es la potencia del entendimiento. Hablar con quien piensa diferente es esencial para la razón. Oponerse a intercambiar ideas es disfrazarse de tirano en el carnaval de la democracia. Acudir a una conversación es bueno para la salud social y nacional. Charlar siempre será mejor que ignorar. El diálogo substancial plantea, propone y resuelve.

Aunque cada uno se crea la personificación del bien y acuse al otro de ser la voz certera del mal, coinciden en que se necesitan para existir. Son los ángulos de la balanza bajo la lupa de la opinión pública. Todos esperan que algo magistral ocurra y que el poder sea la evidencia de su irrefutable capacidad.

La historia nunca se repite, aunque sea tan parecida y monótona que ha perdido el interés en la esfera de una sociedad preocupada por la acumulación, en lugares dónde la precariedad es el síntoma de la inequidad, la desigualdad, el hambre y la ruina del discurso. La arquitectura de la palabra carece de la ingeniería de la razón porque el diseño del contenido es definido por las circunstancias en el reino de la improvisación.

Las instituciones son dirigidas por personas. No tienen autonomía, ni piloto automático. Transitan el recorrido propio de la egolatría bajo la maximización del insulto. Se dice lo que no se piensa y se piensa lo que no se dice, porque pensar y decir son lo mismo, pero de forma contraria. Aunque la inteligencia artificial parece ser más eficaz que la irracionalidad de la política actual, las máquinas todavía sucumben ante las maquinarias.

Entre decir, pensar, actuar y convencer, existen tantos mapas, caminos y proyecciones propias de las distracciones irresolutas, que cada promesa lleva implícita su imposibilidad. Son diagramas hechos por narrativas con secuencias redundadas por la ineficacia. Los artefactos perfectos para ganar tiempo. Aunque el tiempo al final se pierda con el artefacto. Se retrasa la memoria en el recinto de la falsedad si los protagonistas relatan sucesos que nunca ocurrieron y proyectan decisiones que jamás serán realidades.

La verdad es la caligrafía de la ciencia. Sin su exposición la investigación tiene rango especulativo. Será el hechizo magistral de la mentira. Lo cierto es que posee el brillo natural de la trascendencia frente a la magia dañina de la trivialidad. La apariencia debe ser la estética de la ética para quienes poseen el don de la honestidad.

La forma le da sentido al fondo si guarda el honor conferido por la confianza de quienes nunca dejan de creer. Por los que todavía creen, dialoguen para ofrecer soluciones. Conviertan su encuentro en un diálogo substancial.

@JulioCesarHT