“Tierra madre, lujosa de matriz,

que a tus hombres enseñas tu tesón,

la honradez de la yuca y del maíz

y a llevar en la mano el corazón”.

Esta es una de las más sentidas y poco conocidas de las 16 estrofas del himno de Barranquilla que, junto a buena parte de las restantes, es expresiva de la fuerza progresista, la valía empresarial y los valores sociales que transpiraba Barranquilla en las primeras cuatro décadas del siglo XX y que recogió, de manera virtuosa, la poetisa Amira de la Rosa, que no solo homenajea, sino que exalta y describe las virtudes de nuestra muy amada ciudad que esta semana alcanza los 210 años de haber sido erigida en villa.

Según las investigaciones históricas, este territorio se fue poblando paulatinamente, por la conjunción de factores geográficos, naturales, económicos y sociales, desde antes de la existencia de la hacienda de San Nicolás de Tolentino, de Nicolás de Barros y de la Guerra, cuya construcción se dio entre 1627 y 1637 y que, según el historiador José Agustín Blanco, “habría de convertirse pronto en uno los núcleos germinales de la ciudad de Barranquilla” y ya, en 1747, era declarada oficialmente como parroquia.

Posteriormente, el 7 de abril de 1813, mediante decreto del presidente gobernador del Estado de Cartagena de Indias, Manuel Rodríguez Torices, Barranquilla fue elevada a categoría de villa en reconocimiento a su sentido patriótico ante los enfrentamientos con la entonces provincia de Santa Marta, que era bastión realista. En el decreto se le reconocen su dignidad, valores y símbolos, “señalándose por armas y emblema de su nueva dignidad un escudo en que se vea un río corriente donde naveguen buques de tráfico, bajo la protección de una batería con su asta bandera en la que estará enarbolado el Pabellón Nacional, establecida a sus márgenes y orlada con el mote ‘Premio al Patriotismo’…”

Barranquilla fue cuna de la modernidad en Colombia, con hitos trascendentales en el transporte aéreo, las comunicaciones, los servicios públicos, el comercio, las actividades urbanísticas y arquitectónicas, etc. Por ello, desde entonces, se le nombró como ‘La puerta de oro de Colombia’. Hoy, en pleno siglo XXI, retomó el auge de sus inicios y es modelo nacional de desarrollo urbano, de compromiso ciudadano, de empuje empresarial, de responsabilidad gubernamental y de altivez innata. Como barranquillleros debemos continuar haciendo causa común por su presente y su futuro, para que siga siendo una ciudad acogedora, inclusiva, solidaria, innovadora, alegre y ensoñadora.

¡Felices 210 años, amada Barranquillla!