Una persona analfabeta tenía poca o ninguna capacidad de prosperar, pero podía desenvolverse razonablemente en su vida cotidiana; por ejemplo, podía usar transporte público, comprar en un supermercado, y había una buena cantidad de oficios mal pagados que le permitían sobrevivir.

Hoy nos encontramos ante un nuevo y enorme desafío. La pandemia no solo ha evidenciado grandes dificultades sanitarias y económicas, sino también el inmenso reto de nuestra relación con los datos y la tecnología.

La covid-19 ha acelerado el salto hacia la automatización, que incluye el uso intenso de datos e inteligencia artificial. Esta emergencia ha hecho que una gran cantidad de servicios públicos y privados migren rápidamente a plataformas online, por ejemplo, la actividad educativa, el acceso a ciertos servicios sociales, financieros, públicos y hasta la compra de nuestros alimentos.

Ante esta nueva realidad en el país, un grupo privilegiado no tuvo problemas para desenvolverse: ellos ya tenían una experticia en su trabajo, en su universidad y en la realización de trámites y compras en línea; mientras otro grupo mayoritario no estaba preparado para este brusco cambio, con una precaria o nula conectividad, sin servicios computacionales y sin la más mínima alfabetización digital para enfrentar esta nueva circunstancia.

Esta covid-19 nos aceleró la gran revolución del siglo XXI. La gran mayoría de las personas no tienen otra alternativa que seguir el camino de la sociedad tecnológica. “Seremos una sociedad automatizada, transculturizada, marcadamente controlada, conectada a la mente tecnológica colectiva”, nos dice el físico Sergio Melnik.

Es hora de que nos actualicemos sobre la sociedad que viene, que no será castro-chavista, ni fascista, ni de ninguna idea trasnochada del siglo pasado. Ahora vamos hacia una utopía tecnológica que se basa en la idea de que el conocimiento nos va a resolver nuestros problemas.

Así como en el siglo XX era imprescindible saber leer y escribir, en esta nueva realidad debemos aprender a ser alfabetos digitales, entendiendo la lógica, leyes y principios del ciberespacio. Si no lo hacemos, en un futuro no podremos ni siquiera comprar nuestra comida.

Carlos Gustavo Jung sostenía que los humanos poseemos un inconsciente colectivo, que ha permitido a la humanidad mantener siempre una relación con la divinidad. Hoy, para muchos, la ciencia y la tecnología se están volviendo una nueva religión, un nuevo dios, y creen que por esta vía se alcanzará el bienestar y la felicidad.

Este es un discurso peligroso. No debemos olvidar que las máquinas pueden ser neutras, pero la tecnología es ideología. Alguien puede estar frente a un computador, lo puede usar para ver pornografía o para leer literatura. El discurso de la tecnología es el que impone reglas y condiciones. Algunos incluso plantean que el manejo de los datos nos puede llevar a ser gobernados por una dictadura mundial. Si esto ocurriera, preferiría que el dictador sea el excéntrico Donald Trump —y la bella Melania—, que el enigmático Xi Jinping.

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