Colombia salió a enfrentar a Brasil, la mejor selección de Sudamérica, con mucha determinación, pero no con mucha inspiración. La primera virtud, imprescindible para competirle a una selección que tiene mejores jugadores y mejor nivel colectivo, le sirvió, en el primer tiempo, para reducir a los pentacamprones a un cabezazo de Marquinhos como la jugada más peligrosa en ataque.

La ausencia de la segunda virtud, imprescindible para crear jugadas de gol, redujo a Colombia a ningún remate directo a las manos de Alison. La primera se sostuvo en la agresividad de todos para disputar cada balón y no dejar crecer el talento brasileño.

La ausencia de la segunda no le permitió replicar jugadas como el túnel de Barrios, pase a Cuadrado, cesión a Díaz y el remate de este ligeramente desviado desde el borde del área.

La primera se apoyó tácticamente en el trío de mediocampistas (Barrios, Lerma, Moreno) que en el campo de Brasil evitaban la salida de Casemiro y Fred, y en el campo de Colombia cerraban cualquier carril respaldados por la cercanía y anticipo de los cuatro defensores.

La ausencia de la segunda abortó algunos buenos desdobles de estos volantes. Colombia, en esa primera etapa, disputó cada balón con mucha valentía, pero no jugó con mucha picardía.

La primera, imprescindible para no dejarse amilanar por la jerarquía de los jugadores brasileños. La ausencia de la segunda le impidió improvisar, engañar, crear para verle la cara a Alisson.

La etapa inicial de Colombia no tiene ningún reproche en cuanto a la actitud, el orden y la templanza defensiva (esta vez no enjaulado en su propia área), y momentos de disputa del trámite en el campo de Brasil. Su déficit fue el mismo que la acompaña en los últimos partidos: calidad y continuidad en fase ofensiva.

El segundo tiempo fue diferente y más acorde a la actualidad futbolística de una y otra selección. Entre la energía que imprimió Vinicius, el desgaste que provoca jugar con esa entrega sin un recreo de posesión relajada y las desacertadas modificaciones de Reinaldo Rueda (sacar del medio a Yairo Moreno, a Muñoz y dejar a Cuadrado de lateral, sacar a Díaz y dejar tres delanteros centro que requieren mucha asesoría, la cual quedó solo en pies de James que tuvo poco tiempo y se le notó su mala forma competitiva).

Brasil dominó sin llegar a su mejor versión y Colombia solo resistió atrás sin recursos para salir.

El gol del triunfo brasileño nace en un despeje de Tesillo muy cerca del vértice del tiro de esquina que luego no le permitió llegar a tiempo a cerrar el remate de Paquetá, porque la respuesta de Brasil fue muy rápida: anticipo de Marquiños, pase rasante a Neymar y este de primera a Paquetá. Y, cómo no, sin la mejor respuesta de David Ospina.

Una derrota que, seguramente, deja alguna magulladura en el orgullo del futbolista colombiano, pero no es ninguna deshonra. Y mucho menos puede incidir negativamente en el ánimo y la disposición para lo que resta de la Eliminatoria.

Post Scriptum: qué lástima para el fútbol que Neymar se deje ganar por ese monstrico que convive con él, lo transforma en un insoportable simulador, en un impresentable pendenciero y nos avergüence a los que admiramos y defendemos su talento.