Sergio Fajardo y Gustavo Petro no van a ser los únicos contendientes en 2022 por el poder presidencial, pero sus resultados de 2018 los convierten en fuertes competidores.
La tirria de Petro a Fajardo ha crecido desde que el líder de Compromiso Ciudadano dijo en Semana: “Gustavo Petro tiene una forma destructiva de entender la política y eso no le sirve al país. Ese estilo de liderazgo hace imposible que trabajemos juntos”.
Petro ripostó. Con veneno, insinuó que si Claudia López fracasa en el manejo del coronavirus será porque Fajardo controla la Secretaría de Salud de Bogotá. A tal aseveración, tildada de “mentirosa” por el líder antioqueño, se sumaron paradójicamente unos columnistas uribistas, molestos quizá por otra declaración del excandidato: “El presidente Duque fue el último capítulo de una novela política que ya se acabó. Nosotros vamos a llegar con algo diferente”.
El petrismo es el que más tranca le da a Fajardo. Afirma que es “el caballo de Troya del uribismo”, que de alcalde de Medellín promovió la ‘Donbernabilidad’, que es responsable de lo de Hidroituango porque fue gobernador de Antioquia, y que es un tibio. Más el sambenito de las ballenas porque en segunda vuelta votó en blanco.
Al evidenciar sus intenciones, Fajardo se volvió el blanco de los dos sectores políticos más opuestos del país. Claudia igual. La asocian con quien será de nuevo candidato presidencial. Perciben que su éxito de alcaldesa contribuiría a que éste repita en la capital las mayorías de primera vuelta en 2018. Representa un gobierno alternativo con un 89% de favorabilidad en la última encuesta de Invamer. Y le van a poner más lupa porque su carrera política la ha cimentado sobre la anticorrupción.
Fajardo, para ser presidente, y sin perder su estatura de académico, tendrá que imponer un modelo de hombre público capaz de doblegar, contundentemente, el populismo de izquierda y derecha.
Desde luego, la agresión es un componente de la política.
Michelle Obama, en ‘Mi historia’, su libro autobiográfico, cuenta que cuando Donald Trump anunció sus intenciones presidenciales, en 2011, a las “críticas gimoteantes e inexpertas de la política exterior de Barack”, añadió, chillonamente, que el exmandatario había nacido en Kenia y que “ninguno de sus compañeros de guardería lo recordaba”. Otros llegaron a decir que era un “musulmán enmascarado”. Y hasta un desquiciado disparó a la Casa Blanca “con un rifle semiautomático”.
“Todo era disparatado y malintencionado, por supuesto, y los prejuicios y la xenofobia que subyacían estaban apenas disimulados. Pero también era peligroso, pues se hacía de manera deliberada para provocar a los extremistas y los chiflados”, dice la exprimera dama.
¿Cuál fue la estrategia de los Obama? Hacer “caso omiso del odio” y responder las “mentiras y distorsiones” mostrando “a todos la verdad sobre quiénes éramos”.
@HoracioBrieva
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