Toda empresa electoral cuenta con un equipo de trabajo integrado por seres humanos que son el motor de la campaña, con sus virtudes y defectos. Y, dentro de estos últimos, está el chisme y la envidia. El chisme hace parte del deporte nacional. El chisme no hay que patrocinarlo, pero tampoco menospreciarlo, pues puede tener algo positivo. Hay que saber interpretarlo y sacarle la información valiosa.

La envidia, en cambio, es algo perverso, pues la persona envidiosa es capaz de todo lo malo en un proceso fríamente calculado. Sobre este tema, José Ingenieros, en su libro El hombre mediocre, nos advierte: “La envidia es una adoración de los hombres por las sombras, del mérito por la mediocridad. Es el rubor de la mejilla sonoramente abofeteada por la gloria ajena. Es el grillete que arrastran los fracasados”. En toda campaña política hay envidiosos por todos los rincones tratando de adular al jefe para sobresalir en el equipo. Hay que aprovechar el dinamismo del envidioso y sacarle el jugo.

Una cosa muy distinta es el pasquín. Generalmente sale de los candidatos envidiosos cuyas encuestas no le favorecen pues no tienen argumentos para conquistar la opinión del elector. El pasquín es una herramienta de comunicación que viene del siglo XVI en Roma. En función de estos antecedentes históricos, llámase hoy pasquín al escrito impreso clandestino, de carácter anónimo, en el que se denigra a personas o instituciones.

Modernamente también se usa el término pasquín para cierto tipo de periódicos de baja calidad, satíricos o de injuria contra un personaje o el gobierno.

En muchos pueblos de Colombia el pasquín está que zumba en estos momentos de lucha política. Son verdades que no se dicen por otros medios pues su autor caminaría por el Código Penal. El pasquín moderno se ha desdibujado con su difusión en las redes sociales, y ya no tiene el olor y el sabor que lo caracterizaba en tiempos pasados, cuando salía de una máquina Remington.

En Macondo, por ejemplo, cuando salía un pasquín, se paralizaba la administración pública y el pueblo entero se dedicada varios días a descubrir a su autor y a deleitarse de su contenido malévolo. Sin embargo, y a pesar del misterio, alguien decía en voz baja: “eso lo hizo cara de burro, el perro, sapo jecho, etc, pues el pasquín es masculino. Y la reacción de los ofendidos era untarle de excremento humano la casa del autor.

Por su parte, el presunto autor del pasquín reaccionaba furiosamente con un fluido lenguaje a lo Benedetti, haciendo alarde de su fuerza corporal con puños al aire, mientras craneaba una segunda edición con nuevos episodios y personajes de la fauna política criolla.