¿Cuál es el origen de la expresión “tirar los perros”? José Juan Torrealba, B/quilla
En España, “echar los perros”, como dicen allá, significa regañar a alguien con fuerza, y proviene del toreo cuando, a petición del público, se mandaba una jauría de perros contra el toro ya exhausto para obligarlo a dirigirse a determinado punto de la arena. En América tiene un uso más coloquial y divertido, y significa lanzarse contra alguien como los perros en el canódromo se lanzan contra la liebre. Tiene connotaciones eróticas, y no se percibe como un dicho agresivo. Cuando a un hombre le gusta una mujer y comienza a enamorarla se dice que “le tiró los perros”. Lo mismo cuando una mujer se interesa por un hombre.
¿Qué tiene qué ver la menstruación con el empoderamiento femenino? Adriana Páez Ch., B/quilla
Hace algunos años a una pregunta parecida contesté de la siguiente manera: Respondo no acudiendo a asideros científicos, sino a una anécdota sorprendente. La leí hace muchos años en un libro de Andrew Field, La formidable Djuna Barnes, biografía de esta escritora de la Generación Perdida, y dice así: “Malcolm Cowley y Djuna [se pronuncia /diú-na/] empezaron a discutir sobre los méritos relativos de los órganos sexuales masculinos y femeninos. Cowley afirmaba que los hombres eran superiores porque podían orinar de pie y escribir sus iniciales en la nieve, a lo que Djuna respondió: ‘¡Y yo puedo menstruar!’ ”. Al final, ella, “en actitud soberbia”, se fue. Con esa postura colérica, alimentada por la previa hostilidad, Djuna expresó la diferencia que entre los sexos establece la menstruación, evento que, junto a sus casuales consecuencias, es decir, el embarazo, el parto y la crianza, es un enigma que proyecta sobre lo masculino una superioridad femenina radical, considerable y necesaria en cuanto a la perpetuación de la vida. Por eso, la menstruación se presenta con regularidad, como los ciclos lunares, que son la vida, que indican la vida, que son la escritura de la vida…
¿Lo feo puede ser estético? JLFS, B/quilla
A la llegada del Romanticismo, lo feo se enseñoreó, la belleza dejó de ser lo más importante y el arte cesó de producir éxtasis y deleite para estimular la reflexión sobre el devenir humano. En el arte auténtico, la negación de lo bello, es decir, lo feo, le da a la obra una pizca de seducción, y, gracias al contraste que configura, puede servir para consolidar el ideal de belleza. Valiéndome de nuestro sentido del gusto, se me ocurre un símil. De los cuatro sabores clásicos: ácido, amargo, dulce y salado, el más desagradable es el amargo, pero, no obstante, lo disfrutamos en el café, en el chocolate, en la cerveza, en ciertas aceitunas, en la berenjena, en la rúgula, en algunas almendras, en la ralladura de limón, en la mermelada de naranja, en el agua tónica, en licores como el Campari... Sin su gusto amargo estos productos resultarían falseados y su sabor repulsivo. De manera parecida funciona lo feo en el arte.
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