Se nos adelantó Óscar Montes el pasado domingo 25 de agosto en su magnífica página semanal de opinión, cuando salió en defensa de las Fuerzas Armadas de Colombia, sorpresivamente atacadas desde diferentes flancos por muchos medios de comunicación y una opinión pública que en Colombia se convirtió en juez inmediato, despiadado a veces, sin análisis previo, sindéresis o pausado desmenuzar de los hechos sin pasiones y sin tropicalismos. Ya teníamos preparada esta columna para igual que el colega Óscar plantear que, ante todo y por encima de todo, como ciudadanos es nuestro deber respetar las Fuerzas Armadas del país que es nuestra institución insignia, cuyos hombres están prestos a dar la vida por nosotros; que con su dignidad, disciplina, valor y enjundia representan el respaldo y la protección de nuestra soberanía y los derechos fundamentales humanos, como lo consagra la Constitución Política que nos rige.
Tanto el Ejército, como la Armada, como la Fuerza Aérea, y demás fuerzas adjuntas de inteligencia, estrategias y planeación que se derivan de las primeras, han dado demasiadas demostraciones de nobleza y lealtad a través de nuestros conflictos internos y externos. Basta recordar los sesenta años que hemos tenido de enfrentamiento con las guerrillas y la cantidad de vidas que este episodio nefasto cobró al país en nuestras Fuerzas Armadas, para darnos cuenta de que son la institución más meritoria que tiene la República. Ahora, que algunos de sus miembros cometan errores o delitos, en fin, es una institución compuesta por seres humanos en donde todos sabemos anidan las manzanas podridas. Pero esto no generaliza un concepto para juzgar, señalar, criticar, condenar a toda la institución. Errores o mala fe pueden existir en todas las agremiaciones humanas –la misma Armada Nacional hace unos años atravesó una vergüenza nacional e internacional cuando levantaron mandos inescrupulosos un expediente falso contra uno de los almirantes más promisorios y brillantes de la institución, el oficial Arango Bacci–, pero todo el mundo pudo comprobar, y con mayor razón la justicia, que esas falsas imputaciones fueron más el fruto de la envidia, los rencores y las intrigas internas por ascensos y posiciones que el reconocimiento a una hoja de vida limpia y digna. Pero esto no quiere decir que sea la Armada quien alteró las pruebas. Como tampoco fue el Ejército quien las acomodó años antes cuando contra Valencia Tovar se levantaron falsos testimonios que pretendieron opacar en sus últimos años el enorme prestigio del general.
Los temas, los casos y las situaciones deben analizarse en contexto y dejar ese amancebamiento que tenemos los colombianos con el chisme y la calumnia que, bajo el manto de las pasiones y los egoísmos, no hacen otra cosa que traernos problemas. Nuestras Fuerzas Armadas son nuestro orgullo, nuestro estandarte de honor. Si hay culpables, la justicia se encargará de enjuiciarlos y si deben ser castigados que se castiguen como se castigan a diario políticos, abogados, médicos, ingenieros, empresarios. El mundo tiene que volver a individualizar conductas y los medios de comunicación están ante el deber insoslayable de respaldar estas posturas. Es un imperativo de la ética profesional; un deber ineludible para bajar las fiebres del fanatismo hambriento por crear víctimas todos los días.
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