Estoy preocupado por el rumbo de la sociedad. No por un robot androide asesino ni por un arma nuclear con inteligencia artificial. La verdadera amenaza es mucho más silenciosa y cotidiana: la pereza mental.
La pereza mental inducida por la tecnología no es una anécdota, no es un tema de estratos ni es exclusiva de un segmento social. Es un síntoma colectivo que atraviesa generaciones, contextos y niveles educativos.
La tecnología, mal entendida, nos está empujando a una idea peligrosa: que ya no necesitamos saber, solo ejecutar. Que no necesitamos arquitectos para diseñar planos, periodistas para escribir noticias, diseñadores para crear avisos, contadores para hacer balances, abogados para hacer contratos o programadores para desarrollar software…
La gran confusión de esta era es creer que lo urgente es hacer, cuando lo verdaderamente importante es pensar. Estamos delegando por comodidad aquello que nos hace humanos: la capacidad de razonar, crear, cuestionar y conectar ideas. Estamos usando la tecnología no para potenciar el pensamiento, sino para evitarlo.
El impacto más preocupante es generacional. A muchos jóvenes el esfuerzo intelectual les empieza a parecer innecesario. Pensar se siente lento en un mundo que premia la inmediatez. Pero una sociedad que deja de pensar se vuelve frágil, manipulable y peligrosamente superficial.
Sin pensamiento crítico, la gente cree en noticias falsas que circulan por redes, en videos de celebridades promoviendo ideales políticos, en amenazas terroristas infundadas, en gobiernos supuestamente impolutos y en candidatos ungidos por la buena fe y la apariencia de honorabilidad.
Estamos viviendo una era peligrosa, en la que manipular a las masas con desinformación resulta demasiado fácil. Internet está llena de “Bulos” (Noticias falsas que buscan desinformar), que no es más que la vieja técnica de un Maquiavelo, pero elevada al 2.0
Por eso la educación en humanidades y el fomento de la cultura no son un lujo ni un gesto decorativo: son una obligación del Estado y una necesidad estructural. La cultura eleva el pensamiento, amplía la sensibilidad, fortalece la creatividad y nos enseña a debatir sin destruirnos. Las humanidades no son nostalgia académica: son la base de una ciudadanía crítica, libre y verdaderamente humana.
Si no entendemos esto el 2026 y los que vienen, no nos traerán una crisis tecnológica, sino una crisis de sentido. Y vivir en un mundo donde nadie piensa, discute ni crea será, quizás, muy cómodo… pero profundamente vacío.
@eortegadelrio


