La frase “el peor enemigo de Gustavo Petro es Gustavo Petro” resume con crudeza una realidad que ha acompañado al presidente colombiano desde su llegada al poder. Más allá de las presiones externas o la oposición política, sus mayores obstáculos parecen provenir de su propio estilo de liderazgo, su forma de comunicar y las tensiones que genera al interior de su gobierno y su coalición.
Gustavo Petro es un político con una inteligencia aguda y una visión ideológica definida, pero también con una tendencia marcada a la confrontación. Desde su paso por la Alcaldía de Bogotá, ha mostrado un liderazgo fuerte, pero a menudo percibido como polarizador. Su manera de gobernar —basada en la crítica constante a quienes piensan distinto y en la desconfianza hacia los sectores tradicionales— ha provocado una fractura no solo con sus opositores, sino también con muchos de sus aliados.
El estilo de Petro combina la pasión de un líder de causa con la rigidez de quien considera que la historia le da la razón. Esa mezcla ha derivado en conflictos internos que minan la cohesión de su equipo. Varios de sus ministros han salido por desacuerdos con su forma de decidir o por choques de poder dentro del gabinete. Su relación con los medios de comunicación tampoco ha sido fluida: los acusa de tergiversar sus palabras, mientras ellos lo critican por falta de autocrítica y por discursos que alimentan la división.
En el plano político, su tendencia a la confrontación ha dificultado la construcción de consensos con el Congreso y con sectores sociales que inicialmente lo respaldaron. Petro suele privilegiar la denuncia sobre el diálogo, lo que, si bien refuerza su conexión con las bases populares, complica la gobernabilidad. La confrontación con las altas cortes y sus frecuentes críticas a sus fallos también evidencian una visión personalista del poder, que debilita las instituciones y lo aísla aún más.
Otro factor que le juega en contra es la gestión de las expectativas. Prometió una transformación estructural del país, pero la realidad institucional y económica ha frenado sus metas. Cada frustración social o política refuerza el discurso de sus críticos y amplifica la percepción de un gobierno más reactivo que ejecutor.
Así, las controversias no provienen solo de sus enemigos políticos, sino de su propio proceder. La coherencia entre su discurso y su acción, la capacidad de escuchar y de conciliar, y el control de su temperamento siguen siendo sus mayores desafíos. Si no logra corregir ese rumbo, más que la oposición, será su propio estilo quien termine limitando su legado. En definitiva, el peor enemigo de Gustavo Petro es, sin duda, Gustavo Petro.
@HernanBaquero1








