“No estoy seguro de que mi papel sea administrar el capitalismo de los capitalistas. Porque eso ya fracasó. El objetivo tiene que ser transformar a Colombia.” En una entrevista en El País de Madrid en febrero de este año, Gustavo Petro renunciaba así a ocuparse de uno de los pilares de la constitución colombiana que había jurado cumplir, el sistema privado de libre empresa. El capitalismo ha sido y sigue siendo la mayor fuente de riqueza y progreso material y social en la historia, al revés de su pensamiento. Pero éste no debería sorprendernos.

Santiago Carrillo, arquetipo del comunismo español del siglo 20, en su libro Eurocomunismo y Estado escribió en 1976 “el Estado capitalista se halla ahí como una realidad. ¿Cómo transformarle? Éste es el desafío de toda revolución”. El Estado socialista de transición había sido la respuesta de Lenin 60 años antes, tomada del anacrónico catecismo marxista. El marxismo es una religión y, como todas, parte de una impostura: alguien se autodeclara Dios o Emisario de Él y reclama un poder ajeno. La impostura de los grandes sacerdotes del marxismo consiste autodeclararse El Pueblo y en su nombre instaurar la Dictadura del Proletariado, sin compartir el poder. Tiene sus propios dogmas: “El aparato del Estado es instrumento de la clase dominante. Esta es una verdad marxista”, dice Carrillo. Condena al infierno los aparatos ideológicos del Estado: La iglesia, la educación, la familia, la justicia y la política y propone “dar la vuelta a ellos, transformarlos y utilizarlos contra el poder del Estado del capital monopolista”. No le faltó una apología de la violencia en la historia. Si alguien encuentra semejanzas con las palabras del presidente Petro y los actos de su gobierno, no es pues una coincidencia.

Con todo el Eurocomunismo en España, Francia e Italia contribuyó a la democratización y la autonomía de la izquierda europea. De este lado del Atlántico, en cambio, la praxis revolucionaria identificó en la compra de votos “al detal” una vulnerabilidad de los procesos electorales que sirvió de inspiración al Socialismo del Siglo 21 para un ambicioso experimento político continental: escalar esa práctica a “el por mayor” para comprar elecciones presidenciales. La financiación para ello provino inicialmente del petróleo y luego del narcotráfico, amparados en el burladero moral de que éste “debilita al imperio”. Así se enquistaron varias seudo democracias sin reversa en la región. Lo que siguió es historia en desarrollo…

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