El Premio Nobel de Medicina de este año fue otorgado a Mary Brunkow, Fred Ramsdell y Shimon Sakaguchi, tres científicos que lograron explicar uno de los mecanismos más importantes de la biología humana: cómo el cuerpo logra que su sistema de defensa no se vuelva su propio enemigo. Detrás de esa descripción se esconde una lección profunda sobre el equilibrio, la moderación y, al final, la sabiduría de la naturaleza.
El sistema inmunológico es una maravilla evolutiva. Es capaz de reconocer y destruir virus y bacterias sin confundirse con las células propias. Pero, a veces, ese mecanismo falla. Cuando eso ocurre, el cuerpo se ataca a sí mismo, como si un grupo de funcionarios del Estado empezara a actuar sin razón contra sus propios ciudadanos. Esa guerra interior es lo que llamamos enfermedad autoinmune. Miles de personas la padecen sin saber exactamente por qué su organismo decidió que su piel, su tiroides o su páncreas son enemigos. En un joven con diabetes tipo 1, por ejemplo, las células inmunes destruyen las del páncreas que producen insulina; en un paciente con lupus, atacan los riñones, la piel y las articulaciones. En ambos casos, el cuerpo inicia una batalla equivocada contra sí mismo.
Hasta hace unas décadas, los científicos creían que el control de esa agresión se aprendía solo en el timo, un pequeño órgano del pecho donde las células inmunes aprenden a distinguir lo propio de lo ajeno. Pero el trabajo de los investigadores recientemente laureados demostró que esa educación inicial no basta. Existe una segunda línea de aprendizaje repartida por todo el cuerpo, a cargo de un grupo de células especiales llamadas T reguladoras. Ellas funcionan como un freno que evita que la respuesta se desborde. Si las del sistema inmunitario fueran soldados, las T reguladoras serían los oficiales que ordenan “alto el fuego” cuando la amenaza ha pasado.
El japonés Sakaguchi identificó estas células en los años noventa, y poco después Brunkow y Ramsdell descubrieron el gen que permite su funcionamiento. Cuando este se altera, el cuerpo pierde el control y se desencadena una crisis interna. Comprender ese mecanismo ha permitido salvar vidas y abrir el camino hacia nuevas terapias que reeduquen al sistema inmunitario.
Hoy, decenas de laboratorios en el mundo trabajan en terapias basadas en estas células reguladoras, buscando tratar enfermedades sin tener que suprimir todas las defensas, como hacen los medicamentos actuales. También se exploran aplicaciones en trasplantes, para que el cuerpo acepte un órgano nuevo sin depender de inmunosupresores de por vida, y en cáncer, donde a veces ocurre lo contrario: hay que desactivar esas células para permitir que el organismo ataque el tumor con toda su fuerza.
Este Nobel encierra una metáfora poderosa: la salud, como la sociedad, depende del equilibrio. El cuerpo sobrevive no porque ataque más fuerte, sino porque sabe cuándo detenerse. Las T reguladoras representan esa inteligencia biológica que modera, que contiene, que evita el exceso.
En tiempos de polarización, de discursos extremos y de soluciones que se imponen a gritos, resulta inspirador que la ciencia premie justamente lo contrario: la capacidad de moderarse. Este Nobel celebra un hallazgo científico y una verdad universal: la fuerza sin control se convierte en destrucción.
@hmbaquero