Una persona a la que evidentemente no le agrada el discurso ambientalista lanzó hace poco esta expresión: “¿Bueno, y dónde debería construirse entonces?”.

Esta persona, presiento, pertenece a quienes consideran las tragedias ecológicas como algo normal. No me asombra el desatino. Harari en su libro De animales a dioses dice: “No crea el lector a los ecologistas sentimentales que afirman que nuestros antepasados vivían en armonía con la naturaleza. Mucho antes de la revolución industrial, (el) Homo Sapiens ostentaba el récord entre todos los organismos por provocar la extinción del mayor número de especies de plantas y animales. Poseemos la dudosa distinción de ser la especie más mortífera en los anales de la biología".

A la persona que preguntó dónde debería construirse entonces, le parece un alboroto innecesario la defensa del bosque seco tropical en extinción en Colombia y, por supuesto, en Barranquilla y su área metropolitana. Y lo que propone, palabras más palabras menos, es que dejemos de complicarnos la vida y aceptemos con resignación el feroz urbanismo en marcha que está dejándonos sin bosque.

Pero esta persona ignora algo. Si bien los humanos nos hemos distinguido por la irracionalidad destructiva también somos conscientes de que una catástrofe del ecosistema será nuestra propia desaparición y por eso hay pactos internacionales, constituciones, leyes y jurisprudencias que buscan proteger la ecología. Todavía, por supuesto, muchas disposiciones son saludos a la bandera. Pero hoy hay mayor conciencia de que requerimos un urbanismo bioclimático y un reto de las ciudades es densificar las áreas ya pobladas con mayores alturas, proteger los espacios verdes y disponer de sistemas de transporte que no contaminen. En contraste está el urbanismo que jamás habrían aprobado los grandes maestros de la arquitectura como Salmona y Le Corbusier, caracterizado por un diseño de edificios tristes y apartamentos estrechos en obra gris cuyos acabados corren por cuenta de sus propietarios.

Decir esto tiene riesgos penales. Pero que carajo. No es calumnia, ni injuria, ni pánico económico, exigir un urbanismo con grandes espacios verdes. Pues la verdad irrefutable es que estamos a distancias astronómicas de las ciudades del mundo que disponen de inmensos parques urbanos.

Y carecemos de una institucionalidad pública y una ciudadanía que defiendan con beligerancia la naturaleza. Lo cual no puede ser solo de valientes idealistas enfrentados a quienes ostentaron concesiones mineras del Estado para extraer caliza y luego derivaron en dueños monopólicos del suelo con fines lucrativamente inmobiliarios.

@HoracioBrieva