Estrenada en el Festival de Cine de Toronto en 2024, donde obtuvo el premio del público, La vida de Chuck marca un desvío interesante en la carrera de Mike Flanagan. Basada en un relato de Stephen King incluido en la colección If It Bleeds (2020), la película nace de la lectura que conmovió profundamente al director durante la pandemia, y no es difícil entender por qué. En medio de la incertidumbre global, la historia de un hombre común convertido en símbolo de resistencia emocional se convierte en un respiro frente al desastre.
El relato se construye en reversa y sigue la vida de Charles “Chuck” Krantz (Tom Hiddleston), desde su muerte —que coincide con la inminente desaparición del universo— hasta su niñez. A los 39 años, Chuck se encuentra en un hospital con un tumor cerebral. Lo acompañan su esposa (Ginny) y su hijo (Brian), mientras misteriosos carteles aparecen por todas partes agradeciéndole sus años de vida.
A medida que retrocedemos en su historia, descubrimos los momentos que marcaron a quienes se cruzaron con él. Catástrofes naturales y desastres provocados por el hombre, como terremotos en California, incendios en Ohio e inundaciones en Europa se entrelazan con la desaparición de internet, como si el fin del mundo se desmoronara en cámara lenta. Entre estas grietas del apocalipsis, conocemos a Marty Anderson (Chiwetel Ejiofor) y su exesposa Felicia (Karen Gillan), quienes intentan vivir esta última y extraña experiencia en compañía.
La narración, en voz de Nick Offerman, revela a Chuck como un empleado de banco aparentemente rutinario, capaz sin embargo de protagonizar momentos inesperados: un encuentro fortuito con una percusionista callejera (Annalise Basso) deriva en una coreografía improvisada, una de las escenas más encantadoras y surrealistas del filme. Finalmente, la cinta nos lleva a su juventud y niñez —interpretado por Jacob Tremblay, Benjamin Pajak y Cody Flanagan— bajo el cuidado de sus abuelos (Mark Hamill y Mia Sara), quienes le transmiten tanto la disciplina de los números como la pasión por el baile.
Dividida en tres capítulos, la película avanza hacia atrás como si quisiera resguardar la esencia de Chuck antes de que el universo se extinga. Y aunque la premisa es profundamente trágica, Flanagan opta por un tono luminoso, casi esperanzador. Esa apuesta por la ligereza puede conmover a muchos, pero también le resta hondura al trasfondo apocalíptico, y la apreciación por lo cotidiano se vuelve tan insistente que roza lo azucarado.
La vida de Chuck termina siendo un cuento dulce sobre lo extraordinario de lo ordinario, pero en su deseo de conmover se queda un poco corta frente a la oscuridad del mundo que intenta retratar.
@GiselaSavdie