Vimos antes que hoy miles de millones de personas pueden vivir mejor que Musa Keita, considerado el hombre más rico de la historia. Veamos cómo la democracia, la ciencia, el capitalismo y los combustibles fósiles se “confabularon” para ese avance colectivo del homo sapiens, logrado en los últimos 300 años, al tiempo que su población saltaba de 700 a 8.000 millones.

El inicio de la democracia europea fue la Carta Magna de 1215, cuando los barones ingleses apoyados por la naciente burguesía de comerciantes, artesanos y transportadores ganaba importancia económica y social; buscaban estabilidad, protección de sus derechos y limitar el poder del rey. El punto de inflexión hacia la democracia en el mundo occidental llegaría al final del siglo 18, “el siglo de las luces” o de La Ilustración. Ésta fue un movimiento intelectual y político, que colocaba la razón como base para comprender el mundo, cuestionando creencias religiosas, abogando por la separación de poderes para evitar su abuso y promoviendo el progreso de la humanidad a través de la ciencia. Esos principios democráticos y racionalistas aportaron las ideas-fuerza que culminaron en la independencia de los Estados Unidos en 1776 y el fin de la monarquía francesa en 1799.

El racionalismo engendró también la revolución industrial en Inglaterra en el mismo siglo 18, y luego en el 19 en Estados Unidos, Francia, Alemania y Japón. La revolución industrial encontró en el capitalismo su aliado para apalancar la adopción de nuevas tecnologías y la mecanización de la producción que la caracterizaron. Posponer gastos e invertir lo ahorrado creó un ciclo virtuoso de formación de riqueza utilizada para generar bienestar y empleo. El mismo Lenin lo adoptó como capitalismo de Estado en Rusia, sin iguales resultados por castrar la innovación de la iniciativa privada.

Casi en sincronía encontramos que la energía solar capturada por millones de años había dotado al planeta de “pilas”. Los combustibles fósiles han servido para mover ferrocarriles, barcos y carros, y producir el cemento y el acero para dar vivienda a miles de millones. La petroquímica provee fertilizantes que hacen posible alimentar la explosión demográfica resultante de tantos avances; y la electricidad permitió a Edison cumplir su sueño de producir una bombilla tan barata que los candelabros quedaran para los ricos. Ahora debemos sustituirlos por fuentes más limpias, conservando los pilares de ciencia, democracia y libertad económica que nos han traído hasta aquí.

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