La poesía del vate barranquillero Miguel Rasch Isla está en el olvido. ¿Acaso no merece figurar en el Parnaso colombiano? Jorge Atanasio, Medellín

Hay poetas mayores y menores. Los primeros son considerados así por sus obras inmortales, que cuentan con el suficiente ímpetu para cautivar los gustos de todas las épocas, incluso los del futuro. En contraste, hay otros poetas, los menores, que, pese a su calidad indiscutible y su prestigio, solo cautivan el gusto del presente, y, como sabemos, el gusto es algo transitorio. Eso les pasó a bardos colombianos como Alberto Ángel Montoya y Miguel Rasch Isla, entre otros, que tuvieron mucha fama en su tiempo, pero esta fue decreciendo porque las apetencias artísticas fueron cambiando. En realidad, Rasch Isla fue un poeta modernista, que manejó el erotismo con un desbordamiento en el último instante contenido, y con apropiación magistral de un lenguaje sensitivo, plagado de imágenes que sugieren. No obstante, Rasch, a los ojos del presente, tiene más valor histórico que literario, pese a que en este último campo, más allá de curas y de moralistas despistados, manejó el erotismo como nadie y con toda libertad. Veamos “La manzana del edén”, soneto del libro del mismo nombre: “En la grata penumbra de la alcoba,/ todo indecisamente sumergido,/ y ella, desmelenada, en el mullido/ y perfumado lecho de caoba.// Tembló mi carne, ¡enfebrecida y loba!,/ y arrobéme a su cuerpo repulido/ como en un jazminero florecido/ una alimaña pérfida se arroba.// Besé con beso deleitoso y sabio/ su palpitante desnudez de luna,/ y en insaciada exploración mi labio// bajó al umbroso edén de los edenes/ mientras sus piernas me formaban una/ corona de impudor sobre las sienes”. Me atrevo a decir que nada puede expresarse de manera más encendida y refinada.

¿Solo califica como ‘iconoclasta’ el vándalo de obras artísticas o religiosas? Pablo A. Trejos Ch., B/quilla

‘Iconoclasta’ viene del griego eikonoklástēs, de icon ‘imagen’ y klaó ‘romper’, es decir, ‘el que rompe imágenes’. En el siglo 8 se constituyó una secta contraria a la veneración de imágenes sagradas que representaran a Dios, a Cristo, a la Virgen o a los santos, y que perseguía a quienes así actuaban. Tal secta de iconoclastas o destructores de imágenes empezó en 716, pero en 843, a partir del Concilio de Constantinopla y gracias a Teodora, emperatriz de Bizancio, el movimiento feneció. La actitud o impulso iconoclasta no se circunscribe solo a aspectos artísticos o religiosos, pues puede llegar a impugnar el orden establecido o la autoridad.

edavila437@gmail.com