Según las estadísticas del Ministerio de Agricultura, en el año de 1998, Colombia tenía una superficie agrícola sembrada de 5.3 millones de hectáreas y en el 2024 pasamos a 5.7 millones, lo que representa un crecimiento mediocre de 400 mil hectáreas en 26 años.
En 1998, el presidente Andrés Pastrana nombró ministro de Agricultura al empresario Carlos Murgas. Recuerdo que una mañana reunió en la sala de juntas a sus viceministros, presidentes de Finagro, Banco Agrario y directores del ICA y DRI (yo era su asesor de despacho), para decirnos que quería impulsar las siembras y la productividad de los cultivos perennes y semestrales, a través de un modelo de alianzas estratégicas entre industriales y productores del campo. Pues, la mayoría de los campesinos del país, por sí solos, no tienen la capacidad financiera ni técnica para crecer.
Se trató de un sistema de desarrollo agrícola donde la industria organizaba a sus proveedores de materias primas en asociaciones, les ayudaba a gestionar los créditos ante la banca, les prestaba el servicio de asistencia agronómica, les proveía semillas certificadas y les garantizaba la compra de sus cosechas a precio de mercado.
Para fomentar este esquema de alianzas entre industriales y agricultores, activamos unos instrumentos de incentivos, subsidios, exenciones tributarias y paquetes de recursos de créditos de redescuento de Finagro con respaldo del Fondo Agropecuario de Garantías (FAG). Con esta política pública, logramos recuperar la confianza de la banca, transformar a muchos pequeños campesinos en empresarios del campo, formalizar el comercio de materias primas, mejorar la fidelidad entre los actores de las cadenas y, por supuesto, aumentar las áreas de siembra y la productividad. El impacto positivo se vio posteriormente en el crecimiento de las áreas de cultivos como la palma de aceite, cacao, caucho, algodón, cítricos y aguacate. En los dos gobiernos del presidente Álvaro Uribe, se extendió el esquema de incentivos a otros subsectores agrícolas y pecuarios, para enfrentar la competencia que se llegaría en el 2012, con la entrada en operación del TLC con los Estados Unidos.
Desafortunadamente, la política daña todo. Cuando llegó Juan Manuel Santos al poder, su ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, marchitó los programas e incentivos por unos casos aislados de mal destinación de los recursos del programa “Agro Ingreso Seguro”, y para rematar, sus ministras de Comercio, Industria y Turismo de turno abrieron las compuertas de las importaciones agropecuarias sin aranceles desde los EE.UU. Desde ahí para acá, se estancó el crecimiento sostenido que traían cultivos como el algodón, maíz, arroz, soya, caucho, palma de aceite, banano y cacao, entre otros. De vaina se salvó el programa de renovación de cafetales.
En el gobierno de Duque, se logró un tibio crecimiento en las pasifloras, cítricos, aguacate Hass, arándanos y tilapia, por el empuje de algunos empresarios visionarios y la alta demanda en los mercados de los EE.UU. y la UE. En el gobierno de Petro, ni siquiera existe una política pública para el sector agropecuario. El programa de Reforma Agraria no ha impactado el crecimiento de las áreas agrícolas; en lo único que han crecido es en coca (250.000 ha). Tocó esperar al 2026.
*Consultor en apalancamiento financiero agroindustrial