“Las mujeres no nacimos para ser espectadoras del poder, sino para transformarlo. Nuestra voz no es una amenaza: es la oportunidad que la política necesita para renovarse.”
Hay silencios que pesan más que las palabras. Durante años, la política ha sido un escenario donde la voz de las mujeres se escucha solo cuando conviene, se exalta solo cuando no incomoda y se aplaude solo cuando no cuestiona. Pero yo ya no quiero ser parte de ese sistema. No quiero seguir siendo testigo de reuniones donde las ideas femeninas se diluyen entre egos masculinos, ni de decisiones donde el mérito se mide con una vara desigual.
Quiero construir algo distinto. Un nuevo sistema donde las mujeres no tengan que pedir permiso para ser escuchadas, donde las decisiones no dependan del “favor” de nadie, sino del talento, la capacidad y la visión. Un sistema en el que el liderazgo no sea una lucha de género, sino una alianza de voluntades.
Ser mujer en la política no debería ser un acto de resistencia, pero lo es. Cada día debemos demostrar que no llegamos por cuota, sino por mérito. Que no somos frágiles, sino firmes. Que no buscamos dividir, sino transformar. Sin embargo, mientras algunos sigan temiendo la fuerza de una mujer con criterio, seguiremos enfrentando barreras invisibles que limitan lo que podríamos construir juntas.
La verdadera transformación no vendrá de los partidos tradicionales, ni de las estructuras que aún se sostienen sobre el control y el miedo. Vendrá de las mujeres que deciden no callarse. De las que se atreven a incomodar con su voz, con su ejemplo, con su coherencia.
Y esa es la lucha que elijo: no pelear por un espacio dentro del viejo sistema, sino diseñar uno nuevo donde todas tengamos lugar. Un espacio donde la política deje de ser un campo de poder y se convierta en un terreno de propósito. Donde las mujeres podamos liderar sin que nos etiqueten, donde nuestras ideas no se midan por el tono de nuestra voz, sino por la fuerza de nuestro pensamiento.
Porque el silencio impuesto también es una forma de violencia.
Y romperlo es, quizá, el acto más político de todos.
Lorena Méndez