Compartir:

En los rincones del Atlántico, donde el calor del sol se mezcla con el de las manos trabajadoras, la artesanía y la alfarería no son solo labores. Son un legado que se transmite como se heredan los apellidos, como se cuentan las historias alrededor del fogón.

Además: Emiten recomendaciones por posibles lluvias en el Atlántico para este fin de semana

En municipios como Ponedera y Usiacurí, el barro y la palma de iraca no son simples materias primas: son la memoria viva de pueblos enteros que han encontrado en sus oficios una forma de resistir, de crear comunidad y de proyectarse al futuro sin renunciar a sus raíces.

Allí, donde los talleres se abren con el canto de los gallos y se cierran con el orgullo de una jornada cumplida, las manos moldean más que objetos. Moldean identidad. En Ponedera, desde los siete años, José Cano ya moldeaba figuritas de arcilla.

“Esto viene ya de tradición. Pasó de mi papá a mí y desde que tengo memoria estoy metido en el barro”, contó con orgullo José, uno de los once alfareros que conforman la Fundación Arcillas de Puerto Alegre.

Su historia no es la de un solo hombre, sino la de toda una familia que, generación tras generación, ha convertido la tierra en arte y el sustento de sus hogares.

En su taller, los jarrones, platos y pequeñas figuras no solo se exhiben: cuentan historias. Las arcillas que utiliza provienen del río y de terrenos baldíos cercanos; ambas se mezclan, se purifican y se dejan reposar antes de cobrar vida en el torno.

“Todo tiene su proceso, su tiempo. No hay piezas fáciles ni difíciles. Lo que varía es el tamaño y el cuidado que hay que ponerles. Pero todas llevan dedicación”, explicó.

Más allá de su belleza estética, la alfarería en Ponedera fortalece el tejido social. La Fundación Arcillas de Puerto Alegre, con el respaldo de organizaciones como Gases del Caribe y Promigas, ha sido clave en consolidar este trabajo.

“Al principio fue difícil unir a todos los alfareros, pero hoy trabajamos como una sola familia. Nos han apoyado con tecnología: hornos a gas, tornos eléctricos y el uso de esmaltes, que antes no conocíamos”, relató José.

Gracias a esta transformación, la labor artesanal ha ganado visibilidad y proyección. Hoy la producción llega a ciudades como Barranquilla, Cartagena, Bogotá, Medellín y Santa Marta. Los productos también están disponibles en puntos como Casa Maestra, en el centro comercial Manhattan Bay en Barranquilla, donde se expone no solo el arte, sino la historia de quienes lo crean.

 “Aquí todo se hace manual, con dedicación. Por eso ninguna pieza se parece a otra. Y eso es lo que le da su verdadero valor”, contó mientras sostiene una jarra que, en acabado final, cuesta alrededor de 65 mil pesos.

Los precios varían entre los $20 mil y $200 mil, dependiendo del tamaño y el detalle. Y si el cliente quiere personalizar colores o formas, también se puede. “Hay para todos los gustos y todos los bolsillos”, dijo con una sonrisa.

Mileni Burit Fontalvo Peláez comienza su jornada entre las 8:00 y 9:00 a. m. Desde su taller en la Fundación Arcillas de Puerto Alegre transforma cada pieza de barro en vajillas que brillan con identidad y tradición.

“Después de que los alfareros traen sus productos ya moldeados y quemados, yo me encargo del esmaltado”, explica. El proceso, delicado y artesanal, incluye limpieza con vinagre, aplicación de esmaltes cerámicos y una segunda quema en horno a más de 1.000 grados. Cada jornada puede terminar con más de 100 piezas listas, dependiendo del tipo y tamaño.

Mileni no solo aporta color y brillo a las piezas; con cada esmaltado protege y enaltece la historia de una comunidad que ha hecho de la arcilla su arte y su sustento.

JOSEFINA VILLARREALHERRERALos productos de los artesanos de Usiacurí adquieren mayor valor en el mercado nacional e internacional.

La creación de artesanías

En Usiacurí, el arte no solo se aprende: se hereda. Entre callejones coloridos, murales que cuentan historias y mariposas que vuelan entre adoquines, la palma se convierte en memoria, en sustento, en esperanza.

Lesbia Jiménez, de 79 años, lo resume con la sabiduría de quien ha vivido tejiendo: “Empecé como a los cinco años, viendo a mi mamá. Hoy tengo hijos, nietos y bisnietos que también siguen este camino. Somos cinco generaciones en este arte”.

Con manos curtidas y una sonrisa serena, Lesbia continúa tejiendo individuales, bolsos y sueños, mientras recuerda cómo Artesanías de Colombia trajo a su pueblo las primeras ideas para teñir la palma y revolucionó su oficio: “Antes todo era natural, blanco. Hoy usamos el color y eso nos abrió muchas puertas”.

La vida en Usiacurí no es fácil. El costo de los materiales ha subido, el acceso a palma de calidad es limitado y la competencia comercial no siempre es justa. Pero las manos siguen creando. Como dice Lesbia: “Esto es plata. Todo lo que sale de aquí vale”. Y vale no solo por su belleza artesanal, sino por lo que representa: un legado vivo que ha convertido a Usiacurí en un referente nacional e internacional de creatividad, resistencia y tradición.

A unos pasos, Ingris Reales, artesana y guía turística profesional, detalla su día a día entre aretes, mecedoras para muñecas y cursos de trencilla. “Aquí vivimos de esto. No es solo tradición, es economía y cultura”, comentó.

Pero en Usiacurí no solo se teje con palma. También se construye comunidad. Ingris lidera dos unidades productivas que benefician directamente a cerca de 50 familias. “En el municipio, más del 80 % de la población vive de la artesanía. Y lo bonito es que, mientras tejemos, enseñamos, guiamos turistas, contamos leyendas, hablamos de nuestros ancestros”. Incluso las escuelas han integrado clases de artesanía a su currículo, como parte de la formación desde la niñez.

El proceso de creación es tan meticuloso como inspirador. Desde el cuidado de la palma hasta el teñido con agua hirviendo y pigmentos naturales, cada pieza requiere tiempo, paciencia y técnica. Algunas crecen de la imaginación, otras nacen de la observación de una hoja o flor. Y muchas se inspiran en los diseños aportados por artistas y diseñadores que han visitado la zona.

Carolina Evia, una turista chilena, llegó a Usiacurí tras casi dos años de investigación. Su empresa de viajes traerá grupos de mujeres el próximo año para aprender directamente de las tejedoras. “No quería ir a las tiendas de turismo, sino conocer a los verdaderos artesanos. Me voy enamorada. Es admirable cómo aquí se mantiene vivo este arte, mientras en otros países se ha perdido”, expresó.

Caminar por Usiacurí es recorrer una galería al aire libre. Desde el Centro Artesanal Corina Urueta —corazón del tejido local— hasta los murales que rinden homenaje a personajes como Dionisio Escorcia o la hermana Maruja, el pueblo ha encontrado en el arte su identidad más profunda.

Estas historias no son aisladas. Son reflejo de comunidades que han sabido transformar sus tradiciones en oportunidades, que han tejido redes de apoyo, formación y economía a partir de lo que saben hacer con excelencia

JOSEFINA VILLARREALHERRERAPonedera y Usiacurí ofrecen experiencias auténticas que convierten a sus visitantes en parte activa de la vida , economía y cultura local.