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Opinión

Un haikú y el tiempo

Puede sonarnos dulce el impacto de la nieve en nuestras puertas o ventanas, pero puede ser también el manifiesto del frío que toca nuestros corazones y del cual no es fácil escapar, o puede ser, lo inesperado: la presencia de lo pospuesto, la realidad de una estación que tenemos que vivir y que trae consigo el significado de todo lo que no sabemos. 

“Golpea el portón de quien duerme: llamémosla primera nieve.”

Los haikús son poemas japoneses cortos, habitualmente citan temas cotidianos. Algunos de ellos tienen que ver con la naturaleza; casi todos, con las cosas que suceden a diario y de manera natural y espontánea, esas pequeñas cosas que a su vez y por momentos olvidamos, solo por hacer parte de un esquema de sucesos que ante el frenetismo del ambicioso mundo que nos gobierna, parecen ser insignificantes, pues no están teñidas de amarillo, no exponen vanidades supremas, no representan ningún tipo de comportamiento exitoso, sobresaliente o plausible ante el auditorio de la pretensión, quizá por esa misma razón, conservan la magia de lo simple y coexisten en el zaguán y no en la habitación de huéspedes ilustres en la casa de la existencia.

Siempre me ha atraído la sabiduría de las civilizaciones orientales y con alguna frecuencia procuro compartir en este espacio, con respeto y entusiasmo, convencido del beneficio interno que puede producir, una historia, un símbolo o una reflexión proveniente de esas latitudes, como los haikús, esos fragmentos de cotidianidad que, ante los ojos de los observadores más profundos, son alimento para el espíritu gracias al tamaño de su simpleza. 

La mañana del 7 de octubre, a eso de las 8:45, recibí una llamada particular. En ella, la voz de un ser próximo, de esos que siempre están cerca pero que pocas veces acuden a las herramientas del mundo, como las llamadas, las videollamadas, los mensajes de texto o chats para manifestar su cercanía o, por el contrario, reclamar por mi silencio. El tono de su saludo demostraba algo de debilidad y el contenido dejaba claro que, a su puerta, había tocado el frío de la desilusión, algo que a todos alguna vez nos ha pasado, y que todos, alguna vez, hemos dejado caer del soporte de la fuerza y del rasgado vestido de superhéroes que vestimos ya sin capa y sin poderes, es decir, algo absolutamente común, en nuestras vidas. Claro, la llamada del último recurso cuando estamos vencidos ante nosotros mismos es el retrato de la rendición y consecuencia de la liberación, pues solo se libera lo que no se retiene con fuerza y solo se sana lo que no se encapsula, y para ambos eventos es necesario, mucha veces, estar doblado ante el espejo y dejar el alma en la llamada, sin estructura ni temor. 

Mientras atendía la llamada y oía con atención el relato, recordé los bellos haikús y, en especial, el que cito arriba: “Golpea el portón de quien duerme: llamémosla primera nieve.”

Puede sonarnos dulce el impacto de la nieve en nuestras puertas o ventanas, pero puede ser también el manifiesto del frío que toca nuestros corazones y del cual no es fácil escapar, o puede ser, lo inesperado: la presencia de lo pospuesto, la realidad de una estación que tenemos que vivir y que trae consigo el significado de todo lo que no sabemos. Para los sabios orientales, los primeros asomos de los copos nevados son símbolo de prosperidad y buenos augurios que llegan con los vientos desde el alto cielo. 

Al final de la llamada solo pude decirle que me alegró y, ante su sorpresa, un haikú y el tiempo.  

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