Supongamos que existe, en lo que a mi compete, creo que así es. Respeto como es obvio a quien piensa diferente y por eso advierto suponer que para establecer el planteamiento como un juego, al final, a pesar de su complejidad, vivir podría ser por excelencia el juego sagrado diseñado por el arquitecto supremo. Un juego con reglas pero sin instrucciones, abierto, con principio y final, pero conociendo solo el inicio, pues hasta ahora, nadie ha podido saber cuándo termina el propio. Muy pocos juegos se juegan una sola vez, en ese orden de ideas es posible que el fundamento del juego consista en jugar muchas veces de diferentes maneras, en diferentes tableros y con diferentes jugadores, para así, tal vez un día, llegar a entender de qué se trata, so pena de que algunos, aun jugando, no aprendan ni a jugar, ni del juego.

Hace poco leí un entrevista que le hizo el diario El País de España al actor Hovik Keuchkerian, libanés pero muy español, entre otros se ha destacado por interpretar a “Bogotá” en la exitosa serie La Casa de Papel de Netflix, una de las más vistas del mundo y la cuál, a propósito, acaba de lanzar la primera parte de su quinta temporada.

Muchas cosas me sorprendieron de su testimonio y confieso haber sentido mucho alivio al conocer su historia, la cual, alimentó algo que ya rondaba por mi mente hace varios años y que estaba llamado a ser expuesto en estas líneas. La reflexión se resume en la presentación del personaje: “Hovik, boxeador, poeta, monologuista y actor no asegura retirarse en ningunos de sus oficios.”

Nada tengo en contra de las personas que con mucho esfuerzo y disciplina enrutan sus fuerzas, concentración y preparación a una sola disciplina y hacen de ella una gran fortaleza, por el contrario. Mal haría en tildar que sus vidas se desarrollan entre paredes que en algún momento pueden estar pintadas de rutina y aburrimiento, pues lo que para uno es nuevo, para otro es viejo y todos tenemos motivaciones y placeres diferentes.

Lo que sí llama mi atención es que la situación no es recíproca, a menudo algunos de los que advierten esta escuela, desestiman a los Hovik y los tildan de díscolos e inconclusos, olvidando a ratos que ellos mismos en la consecución de sus objetivos de un solo rol, abandonaron otros, lo que podría ser un poco más cuestionable que tener un buen desempeño en varios y dejar en evidencia el carácter, el arrojo y la valentía que deben tener las células de inquietos, de los diversos y versátiles.

En el juego de la vida, somos padres, somos hijos y pareja, somos la profesión que desarrollamos; ¡Sí! Pero nada de eso constituye una escala de valor. Ninguno es menor o tiene menos importancia que el otro, las omisiones en un campo, no se legitiman con los aciertos en los otros.

Lo que conecta al boxeador con el poeta, al poeta con el monologuista, al monologuista con el actor y probablemente al actor con el psicólogo o el jardinero, puede ser el juego de sus vidas asumidas en una sola vida. Todos somos más de uno por dentro y poder serlo mitiga frustraciones, nuestros diálogos interiores deben ser fluidos para que no sea nuestro juego un sufrimiento para evitar que el boxeador el que noquee al poeta.

¿Usted, qué será en su próxima vida?

Probablemente no tenga que esperar y pueda serlo ahora, en esta misma vida, sin miedo a los elogios, ni a los ataques o diatribas.