
Las 5E
Hombres y mujeres cotidianos, de a pie, del mercado, del transporte público, de la obra, del andén, de la esquina.
Tenía una forma de mirar particular, sus ojos despiertos llevaban un destello de luz encantador. Bien abiertos, contundentes pero dulces. Abrazadores, honestos. Con ellos sonreía y acentuaba sus palabras, y en ellos, se proyectaba la imagen de lo que decía, el reflejo de sus recuerdos y, sus deseos, que más que deseos, eran realidades por cumplir.
Su caminar era suelto, acompasado, casi rítmico, con actitud determinante, su sombra era estela de luz y de sonrisa y, su sonrisa, era canto. Jamás oí a alguien entonar con tanta alegría en medio de una jornada de trabajo. Con la alegría contagiosa que hace ver las dificultades minúsculas, que arropa al que se acerca y le entrega en un sobre, mano a mano, el derecho a ser feliz.
La lealtad era su sábana y su abrigo, llevaba el compromiso en la frente, en los ribetes de su camisa blanca, arriba del bolsillo en el costado izquierdo donde estaba escrito el nombre de la empresa para la cual prestaba sus servicios hace varios años y, en sus fibras más íntimas, tatuado en el pecho. Era su piel.
En cada paso recorrido un trozo de bienestar sembrado. Era uno de esos seres que conocía perfectamente el beneficio de su quehacer diario. Sin gritarlo, sin decirlo, sin medallas y sin soles. Bastaba con sus botas y sus buenas intenciones, ambas, muy bien puestas.
Sus manos laboriosas eran su herramienta de trabajo, estaban conectadas con su espíritu y su pensamiento, los tres en comunión permanente. Trabajaba con dedicación, pero sobretodo, con la convicción de perseguir siempre el optimismo y entregarlo a la indolencia.
A su lado, era todo transparente, todo rectitud, todo era decencia y todo corazón. No importaba si había poco, todo estaba a disposición. Su generosidad era alimento y su sueños nutriente. El tono de su voz era respetuoso con el aire, con su modesto espacio y, con su grandeza.
Había nacido para llegar al lugar que tenía que llegar, para brindar, para refrescar. Su destino era emprender, era iniciar y continuar. Sabía todo lo que iba a suceder.
No era fácil calcular su edad, había mucha sabiduría en su existencia, su gesto era tan joven y tan niño, como profundo su conocimiento. Tenía un tesoro incrustado en su sistema. Caminaba con cuidado, protegía lo más sagrado, hablaba con las aves y en sus ratos libres visitaba el paraíso.
Cuánta templanza, cuánta dignidad. Era todo incalculable. ¡Determinación y valentía, sus dos alas!
No he hecho referencia a un individuo, estoy haciendo una breve y respetuosa descripción de 9, uno en cada párrafo, que gracias a Dios, por mi oficio, se han cruzado en mi camino en las últimas semanas y me han recordado la delicia de apreciar seres con vida, con propósito.
Hombres y mujeres cotidianos, de a pie, del mercado, del transporte público, de la obra, del andén, de la esquina.
Todos son motivo, están fuera del letargo y las excusas, no dejan nada para mañana, saben lo que quieren y luchan por ello sin quejarse, no se quejan. No se victimizan, no culpan, no transfieren la dificultad, no claudican. ¡Crecen! No repiten el dolor, son mejores cada día. No acaparan, no bloquean. No le temen a la vida, no dependen de un favor, no son apéndice. Han roto las cadenas.
Creo que representan, ojalá, una nueva era. Podría ser esta, la era de las 5E: Energía, Entrega, Esperanza, Ejemplo Y Entusiasmo.
Son los forjadores de una nueva historia. Tendré el honor de contarlas suyas próximamente, pero más que eso, los quiero a mi lado por siempre, quiero que mis hijos los conozcan y se inspiren, ¡quiero vivir con gente así toda la vida! Y presiento claramente, que son miles y miles más que 9.
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