
El adiós de las plantas
Quizás la mayor lección que podemos aprender de las plantas en estos tiempos de inacabables pérdidas humanas es el de poder apagarse gradualmente.
En estos días de encierro disponemos de mayor tiempo para interactuar con las plantas y leer acerca de ellas. Sobre este cautivador tema hay un libro cuyo título en español sería: Culturas de árboles: el lugar de los árboles y los árboles en su lugar. Sus autores son Owain Jones y Paul Cloke, profesores de la Universidad de Bristol. La arboricultura, expresada en el conocimiento y valoración de las plantas por los habitantes de una nación, es una pasión compartida por la mayoría de los británicos y forma parte de sus debates públicos. Esta interacción puede darse en los bosques, las granjas, los parques arbolados de las ciudades, los cementerios y los jardines. No olvidemos que en Inglaterra la figura rebelde y carismática de Robin Hood es inseparable del refugio que representaban los bosques de Sherwood.
Los bosques suelen ser percibidos como paisajes de un paraíso no modificado por la acción humana. Ellos parecen dados para la contemplación virtuosa que despierta en algunos una espiritualidad dormida. En otros casos los bosques son vinculados con nociones de oscuridad, misterio y peligro. Algunos pueblos indígenas ven los bosques secos o las selvas lluviosas tropicales como un cultivo llevado a cabo por seres mitológicos desde tiempos primordiales. Ellos albergan un orden social que no fue concebido por la falible intencionalidad humana.
Un jardín puede ser visto como un pequeño bosque en el que las especies cultivadas son seleccionadas por los humanos orientándose de algún modo por criterios estéticos o utilitarios. Durante los días de la pandemia hemos cultivado en familia diversas especies de frijoles y ajíes nativos en pequeñas materas en la terraza de nuestro apartamento. Como en las extensas huertas, estos pequeños espacios nos muestran la capacidad de agencia transformativa de las plantas que va mucho más allá de la rutina mecánica que equivocadamente les atribuimos. Ellas tienen que responder creativamente a los retos que las limitaciones de suelo, espacio y luz solar les plantean en un espacio urbano. Así los frijoles, a falta de otras plantas, buscan expandirse con tenacidad sobre paredes y objetos cercanos.
Cultivar un jardín es disponer de una singular perspectiva para observar la vida social de las plantas. Cuánta razón tienen los indígenas cuando consideran que la agricultura no es la simple manipulación de especies vegetales por parte de los humanos con un mero fin utilitario. La huerta es un escenario polifónico en el que se desarrolla un drama con distintos actores. En el intervienen humanos, semillas, insectos, aves y mamíferos a los que debemos sumar los agentes del clima. Pequeñas tórtolas bajan diariamente a nuestra terraza a picotear las hojas de las plantas de ají. Todos estos seres se intercomunican a lo largo de las fases del cultivo y sus relaciones, aunque a veces nos parezcan antagónicas, son felizmente colaborativas.
Quizás la mayor lección que podemos aprender de las plantas en estos tiempos de inacabables pérdidas humanas es el de poder apagarse gradualmente sin que sepamos la fecha exacta de su muerte, sin rituales y el saber retirarse de la vida con una eterna y natural discreción.
wilderguerra@gmail.com
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