Afirmaba el imperecedero Cesare Pavese en su obra El oficio de vivir (1952) que la admiración por un gran pasaje de poesía no se deriva de la sorprendente maestría del autor, sino de la novedad del descubrimiento que contiene. Dice el escritor italiano que la alegría que nos proporciona el encontrar un adjetivo acoplado a un sustantivo que jamás habían sido visto juntos, no nos maravilla tanto como la nueva realidad que un autor nos pone de manifiesto. Esta sensación es la que puede sentir el lector al abrir las páginas de Juramento gitano, libro de poemas de la escritora María Matilde Rodríguez. Esta obra abre la Colección Roble morado de la Universidad del Norte y será presentado el próximo 22 de septiembre en la Feria Internacional del Libro en Barranquilla.
Leer los poemas que conforman ese libro es encontrarse con una original perspectiva estética y ontológica desde la que María Matilde expresa una taxonomía del mundo. Ángeles, aves, hienas, mares, humanos y dioses están allí entrelazados por el sueño, el ritual, los oficios, el amor y el exilio: ese “perro famélico que olfatea el destino del hambre” y nos impulsa a una marcha incesante. Aunque este poemario fue incubado durante largos años de gestación poética, la voz de la autora no podría ser más oportuna cuando recrea el drama de millones de personas arrojadas de sus territorios para migrar a lugares inciertos.
Seres desproveídos de un origen y un destino. Ello incluye “A los caminantes de las trochas desde Paraguachón, hasta el río Magdalena… A la mujer que bendice el aire de quienes salieron de Senegal, Nigeria o Agadez para llegar a Libia, después a Trípoli y ver por fin el Mediterráneo contaminado con tus ojos de turista”.
Cada uno de los seres que habitan en sus poemas tienen formas propias de aprehender y definir el mundo. El libro tiene los rasgos de un singular bestiario tropical que contiene ángeles, animales y humanos: “Hay quienes tienen ángeles/ y quienes tienen perros/ Algunos tienen pájaros y otros parejas humanas con orejas, olfato y celos”. Ese singular inventario del universo incluye a los modestos dioses intermunicipales como María Lionza, la Patasola y la bruja de Potrerillo, cuyos cultos locales llevan, quizás como su único patrimonio, los exiliados en sus delgadas alforjas.
Su obra comprende una extensa toponimia afectiva y acuática, que incide en su quehacer poético: “Es fácil ser poeta en Brooklyn o en Harlem... Pero qué difícil es ser un poeta en un archipiélago lejano”. La geografía creativa de la que se nutre su obra es al mismo tiempo universal y Caribe. El olor de mares no domesticados permea sus versos. Esta obra esperó años en ver la imprenta y ese hecho nos lleva de nuevo a los juicios de Pavese “cuanto más pura y llana es la voz de un poeta tanto más dolor y tensión ha costado a quien la ha escrito”. Juramento gitano no solo es un revelador libro de poemas reservado para lectores hedónicos, sino que manifiesta una cosmogonía propia.
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