En este país no hay nada más definitivo que lo provisional, ni plazo que no se prorrogue. Así que los términos fijados para el fin del confinamiento son inciertos, dependen de los análisis de los científicos y los expertos probabilísticos que asesoran a Duque que, dicho sea de paso ¡vaya si lo son!
Surgen al respecto visiones muy diversas: Quienes están felices con la cuarentena porque aprendemos a valorar lo realmente importante, cual es compartir en familia; quienes se alarman por la parálisis del aparato productivo; y los viejos, aburridos de aquello de ser sujetos de los mayores cuidados. Desde hace años se dice que los viejos mueren de alguna de las tres “C”: Caída, que puede terminar en inmovilización que conduzca a terribles consecuencias; Catarro, que aunque no haya virus desemboca en fatal neumonía; y por último Cagalera, que termina en deshidratación letal. Tal premonición aplicaba para la tercera edad, y la tercera edad estaba definida en la mente popular: Los sesenta años.
Resulta ahora que con lo del Covid, sin preguntarle a nadie elevaron la cosa a setenta. Mayores de setenta están clavados: no pueden ni acercarse a la ventana y, si les toca hacer compra, tienen un horario entre las siete y las ocho de la mañana. Y no es que sea demasiado temprano, porque desde las cinco tienen el ojo como pescao congelao, sino porque la limitación es ofensiva. A la franja entre los setenta y los ochenta pertenecen personas que aún están firmes, muchos son productivos, asesoran, manejan sus vehículos, cargan cosas, y poseen total claridad mental. Son famosas las reuniones en almacenes de cadena y otros tertuliaderos donde los setentones chismosean, toman tinto y hasta licor, juegan dominó y partidas de naipes, y también, claro, recrean la pupila admirando a las bellas jóvenes que por allí deambulan.
Pero de un momento a otro se les ha clasificado como inútiles. No pueden salir ni acompañados. Hay reglas y términos para sacar a pasear las mascotas, pero no existen para el paseo de setentones: A quedarse guardados. Todo dizque para protegerles la vida, pero si enferman, son los últimos en la prioridad para poner los ventiladores, primero los jóvenes. Aunque finalmente no les importa, han vivido suficiente, pero quieren morir viviendo, trabajando, compartiendo, no encerrados en sus casas, como si estuvieran en el asilo que tanto los espantó. La vejez tampoco es sinónimo de muerte segura. Fíjense que la señora inglesa de casi noventa que en Cartagena superó la pandemia, y salió de la clínica vivita y coleando. Es que fue atendida bien y a tiempo, y tenía sus defensas altas. Además, las cifras demuestran que los mayores de setenta son los menos infectados, como si al virus lo rechazaran las arrugas. Así que deberían cambiar ésa norma, y permitir que los setentones, si han de morir, mueran viviendo.
Coletilla: Se lucen nuestros gobernantes con el manejo de la crisis. Ambos sin desmayo se han puesto al frente de la situación, y organizado la masiva entrega de mercaditos a los desfavorecidos.
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