Singapur es una particular fuente de noticias, porque éstas suelen ser positivas, mientras las redes compiten por difundir lo más escabroso de la aldea global. A la muestra: el año pasado Singapur Airlines y su aeropuerto Changi recuperaron la posición número uno del mundo, su PIB per cápita ya es el cuarto y su puerto el segundo a nivel global, es la ciudad que más nuevos millonarios produce y encabeza la lista del mejor lugar para hacer negocios.

Singapur ha sido llamada “la ciudad estado más exitosa desde Atenas”. Ciudad, porque tiene solo 728 kilómetros cuadrados, una cuarta parte del departamento del Atlántico, donde alberga 5,6 millones de habitantes, el doble de este. Estado, porque fue el último rescoldo del imperio británico en independizarse en esa región y, luego de una fugaz federación con Malasia, se convirtió en un Estado autónomo. Sin embargo, suelen resaltar más sus éxitos económicos que su estabilidad política o sus bajos niveles de corrupción y de violencia. La tasa de homicidios al año, por ejemplo, es de 0,2 por cada cien mil habitantes, 26 es la de Colombia, 130 veces más alta. Pero la persistencia de castigos físicos, de la pena de muerte para narcotráfico y otros delitos, costos fiscales para parejas con más de dos hijos y prohibiciones de grafitis, hacer ruido o mascar chicle y otras limitaciones se critican por autoritarismo.

El énfasis inicial de Lee Kwan Yew, padre de Singapur, fue “salir del pozo de la miseria”. Incluyó planes de vivienda de bajo costo, con participación étnica proporcional a la demanda, la creación de una identidad basada en multiculturalismo y la adopción del inglés como idioma oficial en adición al mandarín, el malayo y el tamil. Allí conviven budistas, musulmanes, hindúes y cristianos; sus rituales son privados y sólo en hogares o templos. Pocos “llamados de la tribu” son más poderosos que raza, idioma y religión. En los años 60 hubo trágicos choques por esas diferencias identitarias hoy exacerbadas en todo el mundo. La complejidad de este aspecto en Singapur no se puede minimizar y el éxito en su manejo tampoco.

En su libro sobre “por qué las democracias diversas se resquebrajan y como pueden perdurar” el profesor Yascha Mounk advierte que las democracias europeas surgieron en poblaciones homogéneas cuyo reciente proceso de diversificación demográfica y cultural las ha conducido a crisis de gobernabilidad y convivencia. Además del progreso económico tal vez haya otros temas cruciales que aprender de la Atenas del siglo 21.

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