Cuando estaba estudiando en la universidad, creí que iba a ser periodista. Soñaba con que mi voz pudiese estar en la radio todas las mañanas, con que escribiría reportajes todos los días, con ganarme un Premio Simón Bolívar y con estar en un medio grande de comunicación. Quería contar historias y tener la posibilidad de llegarle a mucha gente.

Pero como todo en la vida, muchas veces no terminamos haciendo lo que creíamos que íbamos a terminar haciendo. Hay veces que la misma vida se encarga de sorprendernos con nuevos caminos que jamás pensamos posibles. Hay veces que se te cierran puertas, pero al mismo tiempo se te hace visible la posibilidad de abrir las ventanas.

Eso fue lo que me pasó a mí. Lo digo sin pena, porque no tengo nada de qué avergonzarme. Me gano la vida creando contenido digital, y esto me ha permitido a mí cumplir mis más grandes sueños. Probé suerte en el mercado laboral de periodismo, pero rápidamente me di cuenta de que la crisis que atravesaba era grande. Es doloroso, pero cierto. Cada vez hay más despidos masivos, cada vez pagan peor y cada vez el cuarto poder se ha ido trasladando a las redes sociales.

Sin embargo, cuando me llaman influencer algo en mí muere, pues lastimosamente hoy en día esta palabra es sinónimo de ‘problema’, de ‘bruta’, de ‘irresponsable’ y de ‘engaño’. Y sí, a pesar de que tengo la certeza de que ‘justos pagan por pecadores’, pues algunos compran seguidores, compran ‘likes’, son capaces de convertir sus redes en un bazar persa donde todo el día hacen publicidad y hacen un contenido que promueve los antivalores, también hay muchos que hemos utilizado las redes sociales con responsabilidad, con veracidad, con pasión y con la intención de aportarle algo a la sociedad.

Nos equivocamos, claro está. Como todo ser humano, solo que lo hacemos ante miles de personas que esperan que jamás lo hagamos. Pero no es un oficio que deba generar vergüenza, pues en toda profesión siempre hay manzanas podridas. Hay abogados buenos y los hay corruptos. Hay doctores con ética y los hay chambones. Hay docentes dedicados y los hay flojos. Hay influencers deshonestos, y hay influencers con propósito.

Es por esto que a pesar de que me parece una buena iniciativa que el superintendente de Industria y Comercio, Andrés Barrera, quiera ‘formalizar’ la pauta en redes, también es importante que tanto la SIC como los medios no satanicen la labor del creador de contenido digital al decir que una persona debería saber si un producto que es mostrado por un influencer es porque realmente le gusta, o porque es algo pagado, ya que, en mi experiencia personal, lo uno no tiene nada que ver con lo otro.

Una persona ética, en la labor que se desempeñe, debe saber que la honestidad y la credibilidad deben ir por encima del dinero. Jamás he recomendado algo que no use, que no me guste, que no funcione o que sea nocivo para la salud. He dicho muchas veces no, porque mi palabra es lo único que tengo. Y la integridad va en cada persona. Y la hay o no la hay, en todos los oficios del mundo.

Y por último, la ñapa. Nos satanizan, pero también es importante resaltar, que gracias a que existen las redes sociales y que hay personas que se dedican a crear contenido responsable en redes sociales, los emprendimientos existen, pues antes era imposible darse a conocer sin tener que invertir miles de millones de pesos en los grandes medios de comunicación. Porque por lo que cuesta un segundo en televisión se pagan cientos de pautas en digital.

Porque que a alguien le paguen no significa que un producto sea malo. Porque sea publicidad no significa que sea falsa. Porque sea un influencer no significa que sea un timador.