Algunos de los acontecimientos de esta semana permiten suponer, sin necesidad de mayores análisis, que la próxima campaña presidencial será despiadada. Como nunca antes, considerando la pandemia y las dificultades económicas que se avecinan, están dadas las condiciones para comportamientos en extremo demagógicos por parte de los posibles candidatos y sus seguidores: engaños, mentiras y bajezas que superarán, me temo, los presagios más ominosos. La proclamación de arriesgadas y perniciosas propuestas de política monetaria y las lamentables reacciones ante el fallecimiento del Ministro de Defensa, por mencionar dos asuntos muy recientes, nos muestran que tenemos por delante un camino muy escabroso, una pendiente resbaladiza que nos invita a incrementar las precauciones.
En principio, cada partido o candidato es libre de usar las estrategias que prefiera para ganar votos, siempre y cuando sus actuaciones estén dentro de la ley. El uso de la propaganda y el megáfono no es una novedad. Sin embargo, y aunque esos procedimientos no se podrían definir necesariamente como ajenos a las normas, difundir falacias que confundan a los ciudadanos, llevándolos a pensar en soluciones absolutas y aparentemente sencillas para problemas muy complejos, puede señalarse al menos como un acto indecente. Quienes se paran frente a las multitudes, digitales o de carne y hueso, deben recordar que lo que se dice casi nunca se desdice con el mismo efecto, siempre quedará el rastro de la primera afirmación por mucho que se intente corregir después.
Esperando que constituyan una minoría muy ruidosa, algunos compatriotas no tuvieron prudencia alguna al expresar su alegría (me cuesta mucho usar esa palabra en este contexto), por la muerte de Carlos Holmes Trujillo. Se publicaron cosas irrepetibles. Desconozco las motivaciones de quienes se manifestaron de forma tan censurable, faltaba más, pero de cualquier forma encuentro inaceptable que se celebre la muerte de una persona, aunque hayamos sido sus víctimas. Uno podría acaso aliviarse o tranquilizarse, en términos de reconocer que ha cesado el peligro, cuando fallece algún asesino en serie o un déspota criminal, pero de ahí a festejarlo con elocuencia hay un trecho enorme, y en todo caso, de ninguna manera son esas las denominaciones que le corresponden al Ministro. El respeto los eludió.
Reconociendo que no será gran cosa, dado el mínimo alcance de mis opiniones, hago sin embargo un llamado a la decencia. No es posible que las diferencias que tengamos deban resolverse siempre con agresiones y rabia que crecen exponencialmente, sin considerar el precio que podemos terminar pagando después de tanta infamia. Se están cruzando límites impensables. Si aceptamos pasivamente que cualquier cosa vale para llegar al poder, pasando por encima de todos los colombianos, acudiendo al irrespeto, al engaño y a la indecencia, esta historia no va a tener un final feliz.
moreno.slagter@yahoo.com
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