Impuestos y corrupción
Para repartir plata primero hay que ganársela, y sobre eso, que debería ser la médula de la discusión, reina un notable silencio.
No nos digamos mentiras. Si estuviese en nuestra manos, es decir, si por alguna razón cada ciudadano pudiese marcar en una casilla si quiere o no quiere pagar impuestos, probablemente la mayoría preferiría no hacerlo. Si al mismo tiempo a esos mismos ciudadanos les preguntaran si estarían de acuerdo con una renta básica general, con educación y salud gratuita, y demás beneficios relacionados con el llamado Estado de bienestar, es muy probable que contestaran que sí; claro, eso suena muy bien. Son esas dos preguntas fáciles, con respuestas automáticas, pero evidencian una contradicción que ha intrigado a las personas desde hace rato: aquella que enfrenta el deseo con la realidad, lo que se quiere contra lo que se puede. En nuestro país estamos viviendo uno de esos momentos, uno peligroso, en el que persiguiendo utopías improbables podemos terminar por descarrilarnos sin arreglo.
Hay una especie de falacia que parece colarse inadvertidamente en el discurso de casi todos los que plantean soluciones a nuestros problemas económicos, simplificándolos puerilmente: se da por sentado que en Colombia hay plata suficiente, pero el inconveniente es que está mal repartida y que, además, se la roban. Para lo primero se reclaman más impuestos, mientras para lo segundo se utiliza el popular comodín de la lucha contra la corrupción. Entonces se indica que si hacemos eso, si repartimos mejor la plata y milagrosamente desaparecemos a los corruptos, el país se arregla y habrá recursos para todo.
Claro que nos irá mejor con una mejor distribución de los recursos y sin corrupción, eso es una aproximación digna del gran Pambelé. Sin embargo ese escenario se enfrenta con dos obstáculos importantes. El primero, ya lo dije, es que nadie quiere pagar más impuestos, y los intentos por aumentar el recaudo motivan alharaca y gritería desde cualquier punto del espectro político o social, como estamos comprobándolo en estos días. El segundo es más complicado, porque hasta hoy nadie ha planteado una idea concreta sobre qué se supone que se debe hacer para disminuir, mucho menos acabar, la corrupción en nuestro país. Ya hay cárcel y duras penas para los corruptos, y un sinfín de instituciones que se supone que vigilan los recursos públicos (y que quizá han generado más corrupción), pero nada parece funcionar. No es que no se deba seguir intentando, el empeño no puede cesar, lo que sucede es que el camino es largo y culebrero, por lo que no podemos esperar cambios repentinos, ni contar con esos recursos en un plazo de tiempo sensato.
Lo que no se repite con suficiente insistencia es la necesidad de generar más riqueza. Para repartir plata primero hay que ganársela, y sobre eso, que debería ser la médula de la discusión, reina un notable silencio. En lugar de concentrarse casi exclusivamente en distribuir lo poco que tenemos, el gobierno y sus opositores deberían enfocarse en propiciar las condiciones que permitan el crecimiento económico de los ciudadanos, con seguridad, un marco legal confiable y mejoras logísticas. Podemos cortar el pastel de la forma que se nos ocurra, pero si no le metemos más harina, leche, azúcar, huevos y cocción, vamos a terminar repartiendo aire.
moreno.slagter@yahoo.com
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