La semana pasada, el New York Times publicó un artículo en el que se preguntaba si debía modificarse la regulación que le permite a la mayoría de los neoyorquinos estacionar gratuitamente en las calles, anticipando que ese esquema resulta insostenible y probablemente deba llegar a su fin. Por esos días, El País registraba la inconformidad de los vecinos del recién remodelado estadio Santiago Bernabéu, acosados por el ruido que están generando los conciertos programados en el moderno escenario, que se han multiplicado a partir de su reapertura. 

La escasez de estacionamientos y ruido se suman a otra miríada de asuntos que se asocian con las ciudades densas. Manejo de residuos, condiciones de seguridad, grandes presiones a los servicios públicos y calidad del aire suelen seguir en la fila. Aún así, algunos ejemplos niegan el paradigma. Por eso el caso de Singapur es especialmente llamativo.

A pesar de ser una de las ciudades más densas del mundo, la calidad de vida en Singapur es notable. Bajos niveles de polución ambiental, entornos sumamente seguros y tráfico controlado se destacan como algunas de sus principales características. Singapur es una especie de ciudad-Estado, con condiciones particulares, que impiden una copia directa de sus modelos. Pero hace unas décadas el panorama no era tan alentador: en los años sesenta era uno de los enclaves más pobres del sureste de Asia y el 75 % de su población vivía apiñada en insalubres tugurios.

Buena parte de la transformación de Singapur se debe a su urbanismo. Lee Kwan Yew, primer mandatario, propuso que en 1982 todos sus ciudadanos debían haberse trasladado a lugares dignos para vivir. Le encargó esa ardua tarea a Liu Thai Ker, un joven arquitecto que había trabajado con I.M. Pei. Liu se rodeó de sociólogos para diseñar vecindarios autosuficientes, con alta densidad, escuelas, tiendas, buen transporte público y los famosos Hawker Centers, donde coinciden personas de diversos orígenes y distintos estratos socioeconómicos. Significativamente, uno de los últimos actos de Lee, en 1989, fue decretar una política que disponía la mezcla étnica de los vecindarios (chinos, malayos e hindúes), precisamente para evitar segregaciones raciales.

El resultado, por ahora, es positivo. Liu, con 86 años, afirmó en una entrevista reciente que, con esfuerzo técnico, la transformación de Singapur podría ser replicada en varias partes del mundo. Personalmente creo que los buenos ejemplos, aunque sean complejos, deben estudiarse e interpretarse. Se puede. Del análisis de esas experiencias pueden quedar varias enseñanzas.

moreno.slagter@yahoo.com