Tremendo lío se ha montado en España por las actuaciones de Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, en torno a su decisión de plantarle un beso a la jugadora Jenni Hermoso en medio del acto de premiación de la final del mundial femenino, que con justicia ganó la selección española. El alboroto ha logrado empañar en cierta forma el triunfo español, una triste consecuencia que subraya ciertos comportamientos atávicos que sigue costando mucho remediar.

Los pormenores del asunto son conocidos con suficiencia y no hace falta repetirlos aquí. Bastará decir que el agresor no ha sido capaz de estar a la altura de las circunstancias y que su respuesta ha sido tan lamentable como torpe.

Para intentar salvar lo poco que podía quedarle de dignidad, Luis Rubiales ha debido renunciar al día siguiente del cometimiento de su falta. Eso era lo mínimo. Tras la renuncia que no fue, hubiese sido un gesto todavía más valioso —y necesario dentro de esa debacle— ofrecer sinceras disculpas a la jugadora, sin devaneos ni retóricas expiatorias, asumiendo su desacierto y sus consecuencias. Hay honor en quien reconoce que se ha equivocado.

Sin embargo, todo lo que ha dicho Rubiales ha estado muy lejos de esos ideales escenarios, donde se ha lanzado a justificar y minimizar lo que hizo, a escudarse en euforias, emociones y malinterpretaciones, usando los argumentos más viejos del libro y sumándole agravios a su desvergüenza. Quizá Rubiales, como lo comenta Manuel Jabois en El País, en realidad no tiene ni idea de lo que está pasando y no es capaz de comprender lo que ha hecho. Eso, aunque podría explicar el disparate, no lo excusa ni lo mengua. Que siga aferrado a su posición esperando a que lo despidan, o probablemente considerando algún tipo de compensación económica (a estas alturas se puede pensar cualquier cosa), es incomprensible para cualquier mortal.

En cualquier caso, todo este embrollo es un recordatorio sobre los alcances de la sobreexposición mediática y lo importante que puede llegar a ser para estimular cambios en el comportamiento. Los tiempos que corren suelen ser inflexibles. La inmediatez de la información y el juicio rápido invitan a tener toda la prudencia posible, a moderar los impulsos y a pensar mucho antes de actuar. Tanto para darse cuenta de la rudeza que implica ir plantando besos eufóricos, como para evitarlo por estrategia, lo que se ha visto es que Rubiales vive en otro siglo y que le ha tocado un aterrizaje forzoso del que no saldrá bien librado. Un anti-ejemplo del que todos podemos tomar atenta nota.

moreno.slagter@yahoo.com