
Como no ha pasado nada, decido encontrar un tema interesante para esta columna explorando las tendencias en Twitter. Me doy cuenta de que la gente está muy interesada en el romance entre Bradley Cooper y Lady Gaga, en el sorpresivo activismo político del reguetonero Bad Bunny y en el regreso de Tom Cruise a su personaje emblemático como piloto militar.
Mi reacción automática es acusar a los internautas de una superficialidad inexcusable, teniendo en cuenta que el país y el mundo se desmoronan frente a sus ojos en medio de acontecimientos tan importantes como la movilización del aparato estatal para sacar de la cárcel a Andrés Felipe Arias, los pavoneos racistas del presidente Trump, el desmesurado aumento en el salario de congresistas, la pandemia del ébola -un coletazo más de la pobreza-, la tensión nuclear en Medio Oriente, los cadáveres desmembrados en Bogotá.
En seguida recapacito. ¿Cómo acusar de frívolas a las personas que medianamente tratan de sobrevivir a la cotidianidad, trabajando sin cesar -los que pueden contar con un empleo- con el único fin de pagar las cuentas? ¿Cómo juzgar sus legítimas ganas de olvidarse de las razones que los tienen allí, inmóviles, inermes, mal pagos, víctimas de un sistema que solo los necesita para mantener las brechas que nunca les permitirán ser ni Bradley Cooper, ni Lady Gaga, ni Tom Cruise, ni los congresistas que se ganan $32.741.755?
No son ellos, los que alimentan esta estadística, los que están embrutecidos por la vacuidad; son los demás, los ingenuos que aún gastamos nuestro poco tiempo libre en formular teorías de cambio, en discutir maneras para salvar al planeta de su extinción, en expresar nuestro descontento por los abusos de los políticos a quienes persistimos en reelegir, en calificar de inútiles los temas que no tienen que ver con Uribe, con Petro, con Duque, el invisible. ¿Pero, quiénes nos creemos? ¿Dónde está nuestra autoridad moral? ¿Qué es lo que nos hace tan diferentes, tan profundos, tan intelectualmente superiores?
A todas luces resulta más sensato que nos ocupemos, dejándonos vencer por la tan humana fascinación por el chisme y el morbo farandulero, de los livianos episodios que protagonizan los personajes que endiosamos sin razón aparente; al fin y al cabo, no somos culpables de sus andanzas, ni de sus infidelidades, ni de sus lujos, ni de sus triunfos o fracasos. De los sucesos “importantes”, sí que somos responsables, y por eso es mejor no recordar nuestro papel de determinadores del desastre. Es mejor ese remedo de felicidad cuando chismeamos sobre lo furiosa que debe estar la señora a quien el hermoso Bradley abandonó por su coestrella.
Por mi parte, empezaré a seguir las emocionantes vidas de las hermanas Kardashian, a suscribirme al canal de YouTube de Yuya, a embarcarme en interminables debates acerca de la serie de moda, y a trasnocharme pensando en cómo Tom Cruise puede verse como un jovencito después de tantas décadas. Eso es lo importante.
@desdeelfrio
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