El Heraldo
Opinión

Lo cantó Celia Cruz

Celebremos la vida”, fue el comentario que hice a unos contertulios de un chat. 

Celebremos por los parientes, amigos y conocidos que superaron la covid y siguen luchando en esta vida tan frágil que tenemos, en lugar de remitir tantas cifras diarias de fallecidos y contagiados, sobre los que la prensa se encarga de informarnos con profusión de detalles. No es por ignorar la terrible situación que nos apabulla. No es por negacionismo, sino precisamente lo contrario, por darle oxígeno a la mente positiva, reconociendo la lucha de tantos que estuvieron al borde la muerte en las ucis y lograron sobrepasar ese aciago tránsito por una clínica, llegando al otro lado para sentir que habían vuelto a vivir.

El sufrimiento y el dolor, que están como amenazas diariamente, que nos llegan tarde que temprano porque eso es lo propio de la condición humana vulnerable, no son deseables. El ser humano busca la felicidad, la superación del infortunio, y en eso la filosofía occidental, desde Aristóteles, por lo menos, ha dicho que la felicidad es un fin legítimo, un objetivo que debemos buscar, no de un modo vacuo y hedonista, sino con la plenitud de la razón. El pueblo griego de la Antigüedad, dice Nietzsche en “El Origen de la Tragedia”, es admirable porque supo soportar el dolor y transformarlo en arte.

Ese pueblo, cuya filosofía y literatura estudiamos desde niños, produjo obras de arte que se volvieron paradigmas en la historia de la humanidad. Con solo ver sus templos como la Acrópolis de Atenas, en ruinas hoy pero todavía mostrando su grandeza, se entiende que en la parte más elevada de la ciudad construyeran signos arquitectónicos de sublimación, como también son hasta nuestros días el Arco del Triunfo en París, la Puerta de Brandeburgo en Berlín, la plaza del Zócalo en México D.F.

Llegará el momento, y ojalá no esté lejano, cuando todo este desastre pandémico haya pasado, en que levantaremos monumentos sobre un tiempo de miseria mundial que pudimos superar. Llegará el tiempo del “Himno a la Alegría” con el que Beethoven celebró la hermandad tras las guerras napoleónicas que afligieron a Europa y la superación de los conflictos del siglo 18. Pasada la “Peste Negra” en Italia del siglo XV, los pintores celebraron en sus cuadros ese “renacimiento”, nombre que a su vez se aplicó a toda una época del arte, y hubo entre ellos quienes pintaron para agradecer la supervivencia de parientes y amigos. Nietzsche dice además que la música, que está en el origen de las tragedias griegas de Esquilo y Sófocles, es la que nos hace transformar el sufrimiento en júbilo. 

Hay en el ser humano fuerzas intensas que lo llevan a desear la felicidad, en estado de bienestar físico y mental. Creo que es lo que más buscamos en estos momentos como condición para disfrutar la vida por encima de las adversidades. Hay motivos suficientes para celebrar por quienes superaron los padecimientos de esta peste, y para ir más allá, sin doblegarnos y cantándolo con alegría, como lo hace una grande de nuestra música, Celia Cruz, que nos anima a “vivir cantando”.

 

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