Era el año 1978 y el candidato a presidente de ese entonces, Julio César Turbay Ayala, lanzaría como promesa de campaña la expresión más cruda y cínica de la historia moderna de la ética política colombiana: “Debemos llevar la corrupción a su justa proporción”. Esta declaración testificó y normalizó un comportamiento ilegal, no solo en el ámbito político sino en la concepción de vida de nuestra sociedad.
Desde aquellos tiempos los colombianos nos adjudicamos el derecho individual de trazar con una regla imaginaria una línea ética de hasta dónde algo está bien o está mal, de lo que se puede o lo que no se puede hacer, de lo que es mío y lo que es de los demás. Una línea ética flexible que se corre y se tuerce según la necesidad, con la complicidad de las autoridades, de los amigos y hasta de la familia.
En Colombia tenemos una adicción a la corrupción. Los síntomas se evidencian en el día a día con comportamientos que parecieran inofensivos. Como volarse una fila de espera si se distrae el de adelante, “cuadrando” al del tránsito para evitar una multa, parqueando en lugares prohibidos o de discapacitados, saltándose el torniquete del Transmetro, entre muchos otros más que ya hacen parte de la cotidianidad.
Pero estos comportamientos son el inicio de una enfermedad que termina normalizando actos delictivos que destruyen una sociedad.
Una enfermedad que se volvió crónica hasta el punto de sentir empatía por los corruptos. Sobretodos esos que tienen un prontuario de denuncias e investigaciones pero que cada 4 años son levantados en hombros y tratados como grandes doctores.
Ser político en nuestro país es para muchos ganarse la lotería. Para ganar, deben comprar varios billetes acaparando la mayor cantidad de personas dispuestas a vender sus tiquetes de conciencia. Pero afortunadamente ya no estamos en la era de Turbay, son menos los que se doblegan frente a la imagen del patrón de cuello blanco. Hoy en día el fenómeno es otro. El cinismo político ha evolucionado, ya no hay tanta devoción por los doctores de cuello blanco que solo compran conciencias con tejas, cemento o cupos para el colegio de los hijos.
Ahora los más votados también deben saber tocar guitarra, tambor, hablar con groserías, bailar en conciertos y caminar en tenis. En estos tiempos ya no se habla de “Corrupción en justas proporciones”, ahora se vota por los políticos que se visten de pueblo y aunque tengan dudosa reputación “Roban poco, pero hacen mucho”.