Estar en medio de la guerra ha de ser lo mismo que estar en medio de la nada. La muerte de Victoria Amelina, la escritora ucraniana que falleció esta semana a causa del atroz bombardeo de una pizzería en Kramatorsk, es la demostración de que el poder de un misil es capaz de imponerse ante el poder de la palabra. Al menos, la de Amelina, la novelista de treintaisiete años que deja huérfano a un niño de diez, se detuvo para siempre en el eterno infinito que supone la muerte.
El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, quien compartía con ella justo en el momento en que el misil ruso interrumpió intempestivamente la conversación informal que sostenían, ha dicho que honrará la vida de Victoria Amelina con el libro que escribirá en su memoria. De algún modo, Faciolince, el autor de la inolvidable novela El olvido que seremos, se resiste a la muerte de la prosa de quien fuera su colega, y a que el silencio sea el único de los sonidos posibles cuando la voz de una persona es apagada por un arma macabra que viaja a más de dos mil metros por segundo.
La de Rusia contra Ucrania ha sido una guerra absurda, como tienden a ser todas las guerras. La ONU ha indicado que hay más de siete mil civiles muertos, y más de once mil heridos. De las víctimas mortales, al menos 438 eran menores de edad. El Gobierno ucraniano sostuvo que, en diciembre de 2022, entre trece mil y diez mil de sus soldados murieron en el campo de batalla. Como si fuera poco, la oficina de Derechos Humanos ha dicho que “las cifras reales podrían ser considerablemente más altas”.
Victoria Amelina, quien había decidido dejar de escribir libros infantiles para retratar los horrores de la guerra que inició en febrero de 2022 cuando Rusia invadió el país en que ella nació el primero de enero de 1986, se suma a la dolorosa lista de personas que han caído en la guerra sin estar propiamente en combate. A lo mejor, ella intentó dar la pelea a través de las letras. Pero su lucha, aunque valerosa, no duró tanto como ella y el ejército de seres desprovistos de armas letales, pero armados con la inefable fuerza de la palabra, lo hubiéramos deseado.
La ausencia de Victoria Amelina es la reafirmación de su existencia. «El hombre es la medida de todas las cosas. De las que son en cuanto que son, y de las que no son en cuanto que no son», dijo el sofista Protágoras. Victoria Amelina fue quien fue con su vida. Y es quien es con su muerte.