Cerca del 70% de la superficie de la Tierra está cubierta de agua. Los seres humanos somos, en promedio, 60% agua. Nuestro cerebro contiene aproximadamente un 70% de agua. Entre el 80% y el 90% de la sangre que transita por nuestras venas es agua… Y si continúo mencionando dónde más está presente este líquido que es transparente, incoloro, inodoro e insípido en su estado puro, tal vez no quedaría espacio para escribir nada más en este texto (se colmaría, también, de agua).

No en vano ese elemento es considerado esencial para la vida. ¿Qué sería de nosotros si no lo tuviéramos a nuestro alcance para emplearlo en todas las funciones que cumple? Pero el tema a tratar aquí no es de carencia, sino de exceso. En los últimos días, en varias zonas del Caribe colombiano el agua se ha convertido en una especie de monstruo que le ha arrebatado a miles de personas no solo sus pertenencias, sino también su tranquilidad y, en algunos casos, la vida misma.

Ese monstruo tiene nombre propio. Iota es el responsable de más de 155 mil damnificados en Cartagena, ciudad costera que el pasado fin de semana conoció la fuerza de vientos salvajes capaces de cubrir en un 70% de agua al Corralito de Piedra.

Iota, un huracán categoría 5, de esos que a su paso no dejan más que desolación, va camino a Centroamérica con su aguaviento desatada, la misma que pasó por San Andrés y Providencia, surcando vorazmente el mar de los siete colores y dejando el 98% del archipiélago devastado.

Y es que todos los caminos conducen al agua. En nuestra primera morada de la vida, es el líquido amniótico el que nos amortigua dentro del vientre materno. Y una de las principales señales que las madres experimentan cuando su hijo(a) está por nacer se da en el momento en que rompen aguas; es decir, sufren «la rotura de la bolsa que envuelve al feto» y el líquido amniótico se derrama en uno de esos instantes en los que la naturaleza demuestra su inteligencia y perfección casi absolutas.

Digo “casi” porque es la misma naturaleza la que en ocasiones nos amenaza; así como nosotros lo hacemos con ella a diario. Tal como una madre, en estos días lluviosos, la Tierra parece haber roto aguas en el Caribe. Sus ‘contracciones’ empezaron con Eta, y se manifiestan con temibles torbellinos que, girando desenfrenadamente en grandes círculos, se alzan capaces de devorar cualquier cosa que encuentren a su paso.

Para poetizar este panorama, la prosa de García Lorca cae como anillo al dedo: «¡Amarga mucho el agua de los mares! El mar sonríe a lo lejos. Dientes de espuma, labios de cielo». Mientras todo esto pasa, la gente sufre y el mar ‘disfruta’…

Las metáforas no son más que un atisbo de sueño y maravilla que nos ayuda a describirlo todo; un bálsamo de poesía que nos aligera el paso. Solo espero que, cuando el sol reaparezca con su brillo impetuoso, nazcan nuevas posibilidades para quienes lo perdieron todo; que la Providencia ilumine a Providencia; que se abra un camino esperanzador para los miles de afectados por este huracán que con el más fuerte de los vientos nos hace ver que, como dijo Tales de Mileto, «todo es agua».

@cataredacta