«Busca, y hallarás». Como si hubiera tomado esta frase cual bandera de batalla en la que fue su más larga lucha, Martín Mestre se armó de valor por tres décadas hasta lograr ver al asesino de su hija Nancy siendo apresado y extraditado para pagar por los crímenes que cometió. Esta historia, cuyo trasfondo podría constituir toda una trama de película ―como la Búsqueda implacable protagonizada por Liam Neeson―, no solo es una prueba inefable del amor colosal de un padre hacia una hija, sino también de una verdad que trasciende las fronteras de la fe: «Todo aquel que busca, encuentra».

Jaime Enrique Saade Cormane, el hombre que violó y mató con un disparo en la cabeza a Nancy Mariana Mestre Vargas (de entonces 18 años) en la madrugada del primero de enero de 1994, fue traído a Barranquilla después de más de treinta años de haber salido huyendo, sabiéndose un criminal. En su rostro devastado por el peso de la culpa se dibuja además el horrendo vacío que ha de invadirle de ahora en adelante. Me pregunto: ¿Qué es la identidad? ¿Cómo puede una persona levar anclas y construir una versión distinta de sí misma en otro lugar del mundo cuando antes de todo ha destruido no una, sino muchas vidas?

En Belo Horizonte (Brasil) adoptó otra identidad. Henrique Dos Santos Abdala fue su nombre allí, donde se casó, tuvo dos hijos e hizo una vida completa. Pero ¡¿cómo pudo?! A este hombre, que bien podría encarnar en su interior a una bestia, debió haberle costado mucho el deshacerse del individuo que había sido en Barranquilla: fijar en su registro brasileño falso el Henrique/Enrique, su segundo nombre en el registro colombiano, es muestra de ello. También me pregunto cómo fue posible que la familia Saade Cormane lo resguardara… ¿Cómo puede todo un grupo familiar vivir con la responsabilidad de una muerte a cuestas?

Para nadie que integre este oscuro relato debe haber sido fácil nada. Pero, sin un ápice de duda, siempre hubo de ser más difícil, doloroso y pesado para la familia de Nancy Mariana, que tuvo a Martín Mestre Yunez como un bastión que soportó la dureza de los años nuevos y los años viejos ante la pérdida de su hija, asesinada por un fugitivo sin corazón a quien, con la convicción que solo un ser justo puede abrazar, él sabía que encontraría algún día. Y esa fue su lid por treinta años consecutivos desde esa primera mañana de 1994 en la que se dio cuenta de que su amada Nancy no había regresado a casa. Hoy, en medio del que ha sido un dolor inabarcable, la victoria es suya. Porque busco y encontró.