Estudiosos de la comunicación y las relaciones humanas coinciden en llamar a la nuestra como la “era del nicho”. Se refieren así a esta época en la que dedicamos tiempo y energía al proceso de selección que, en medio de una oferta casi ilimitada y ubicua, hacemos de los mensajes o relatos que nos llegan a través de distintos medios de comunicación, sin que de éstos importe historia o tecnología. En ese nicho seleccionado podemos coincidir con personas ubicadas en cualquier parte del globo, con las que se crean lazos virtuales que pueden incluso llegar a vivenciarse más fuertes que otros ligados al lugar de origen, la familia o las tradiciones culturales.
Sin importar el tamaño de esos grupos o “comunidades”, los mismos tienen a protegerse y a alimentarse internamente con mensajes alineados con el relato central que los aglutina, sea cual sea la naturaleza del mismo. Facebook y Whatsapp son las redes sociales por excelencia donde crecen y se reproducen estos grupos, y en otras como Twitter se individualizan las posturas.
La mirada dentro de un nicho, y más si el mismo se refiere a temas social y políticamente sensibles, se ve entonces limitada por lo que la comunidad que lo conforma encuentra satisfactorio para sí. Al recibir y procesar solamente los mensajes que cumplen con determinadas y esperadas características, se tiende casi de manera inefable a negar la posibilidad de válida existencia a miradas distintas. Lo que no es como quiero o me gusta que sea, sencillamente no es. En el mejor de los casos, es menos. En todos lo otro no alcanza a ser interlocutor, porque quien vive convencido de que lo del nicho es el mundo, no suele aceptar otros mundos.
El choque se hace inevitable: Polarizados los nichos, autoabastecidos con verdades propias, viralizados en las redes y engordados con lo que en los medios y las mismas redes encuentran que se ciñe a su verdad, se niegan por completo a la posibilidad de reconocer en el otro un igual. Lo que alcanzan a ver apenas parecen ser sombras, y no hay suficiente luz para distinguir las paredes de la caverna. De hecho, todo lo demás son sombras. Todos lo somos.
La paradoja de la era de la información y el mundo interconectado se configura: Mientras más acceso a mensajes y relatos tenemos, menos los queremos. Creemos que nos basta con aquellos que dicen lo que nos gusta escuchar o que nos muestran lo que nos gusta ver. Y no. Ver y escuchar lo que no nos gusta para tratar de entender por qué no nos gusta es el primer paso para iluminar la caverna, para ver más allá del nicho.
El menú de relatos es, efectivamente, muy extenso. Como suele pasar, escogemos los mismos, los más familiares, los que el paladar reconoce sin mucho esfuerzo. Y en esa misma línea, rechazamos de plano lo jamás probado. Quedarse en el nicho es cómodo y protector. Atreverse a ver afuera es arriesgado; pero indudablemente recomendable. Por salud social, deberíamos salir del nicho.
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@alfredosabbagh