Dicen que la paciencia es una virtud. Pero en las sedes de Audifarma se ha vuelto una condena. La mujer embarazada que se desplomó la semana pasada en la sede “20 de Julio” de Barranquilla, después de horas de espera no fue una excepción. Fue el retrato de país que somos. Llegó temprano, tomó su turno, esperó tres horas y cayó al suelo. Nadie la atendió con prioridad. Nadie interrumpió la rutina. Porque aquí los desmayos son parte del procedimiento.

En Colombia ya normalizamos el viacrucis de la salud: filas de tres horas, turnos de cuatro, procesos eternos y empleados que, de tanto gritar “¡no hay sistema!”, deberían tener una categoría profesional aparte. Nadie sabe si lo dicen porque de verdad el sistema se cae con frecuencia o porque buscan espantar a los que aún creen que lo hay. Pero esa frase, sin quererlo, es la más honesta del lugar: no hay sistema… pero para atender con dignidad.

Vivimos en una era de inteligencia artificial, algoritmos y big data. Pero lo que más escasea no es la tecnología, sino la sensibilidad. Audifarma necesita menos ingenieros de software y más ingenieros del alma. Porque no se trata solo de entregar un medicamento, sino de entender que quien espera en esa silla metálica no está haciendo fila por gusto, sino por necesidad, por dolor, por miedo.

La mujer de Barranquilla no se desmayó por un mareo. Se desplomó porque el sistema también lo está. Y no solo el informático, sino el humano, el ético, el que debería dolerse por ver a una embarazada o una persona de la tercera edad, esperando su turno como si fuera una cita con el destino.

Entonces uno se pregunta: ¿qué hay detrás de tanto caos? ¿Acaparamiento de medicamentos? ¿Escasez artificial? ¿Una guerra política? ¿Mala administración? ¿Fallas técnicas? ¿O simple desidia? Quizás sea una mezcla de todo, servida fría y con cara de trámite.

Porque mientras los ministros investigan, los medios denuncian y los directivos publican comunicados con tono de víctima, la gente sigue cayendo. Cae en los pisos, cae en la desesperanza, cae en cuenta de que lo que más falta no son medicamentos: son valores humanos.

Esta columna la escribo sentado en una silla gris en la sala de espera de un abarrotado Audifarma, sede Alkarawi, en Barranquilla. Mientras llego a esta línea, solo han pasado 2 turnos. Y ahí viene de nuevo la gritona de Audifarma.

@ortegadelrio