Dice la historia, señalan los años, mencionan las poesías, insertan los relatos en novelas y películas, la humanidad ha fortalecido el concepto por siglos, que la mujer es débil, es sumisa, es incapaz para muchas tareas, es sensible el doble que el sexo masculino y en fin tienen decenas de calificativos que hoy día contradicen estos revaluados conceptos. La mujer hoy día avanzó, buscó y encontró espacios, pero, sobre todo, afortunadamente demostrado en las últimas décadas que es igual y en muchas ocasiones superior al sexo masculino en todas las tareas y acontecimientos, oficios, que uno pueda señalar en la humanidad. Es más, hay países en donde la mujer sobresale más que el sexo masculino y prueba a cada amanecer que tiene muchísimas veces mayor eficacia que el sexo masculino en múltiples actos, oficios, situaciones intelectuales o físicas, culturales y ejecutivas.
Hay un tema en este aspecto que olvida a menudo el mundo; la mujer es la esencia de la humanidad porque engendra al ser humano, una labor que el hombre se limita a concebir, pero no a culminar. Así lo dispuso Dios cuando nos creó y del mismo modo se cumple como virtud universal del ser humano. Alexis Carrel en La incógnita del hombre sostiene que “En el papel de la mujer es mayor que el del hombre en el progreso de la civilización, y no debería abandonar sus funciones específicas”. ¡Es cierto! Ella debe estar allí. Hace pocas semanas en una Directiva a la que pertenecemos ante un grave problema en dos horas de oratoria sublime una dama muy conocida encontró la solución que unos colegas masculinos no querían aceptar. “Alexis Carrel tiene toda la razón” pensamos enseguida.
Lo trascendente hoy día es que miremos el aporte de ellas en el progreso de Colombia y en el papel que ya asumieron con éxito en el hogar, en las empresas públicas y privadas, en la política, en los negocios, en la cultura, en los deportes. Importantísimo esto porque además del aporte que tanto necesita la humanidad no solamente cumplen con éxito sus obligaciones sino que se zafaron de esa atarraya antigua de la sumisión y la obediencia, todo con gran éxito y lo mejor sin olvidarse, sin extraviarse, sin dejar a un lado su esencia, su papel, su virtualidad de ser mujer y madre, y compañera y esposa y servidora cuando hay que ser humilde y controladores cuando aparecen colegas de ellas que se creen presidentas de la República desde que las depositaron, del vientre materno a la cuna de los bebés con futuro.


