“Cuando llegó el tiempo pleno, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley…” (Gálatas 4, 4) Esta es la mención más antigua del nacimiento de Jesús y es suficiente para entender el misterio de la Navidad. En la humanidad frágil y vulnerable, Dios se manifiesta plenamente. Más allá de todo lo folclórico en lo que la sociedad moderna quiere celebrar la Navidad, es necesario poner el centro en este mensaje y las consecuencias que tiene para nuestras vidas.

La humanidad es el espacio de manifestación de Dios, por eso necesitamos reconocerla y valorarla. No podemos seguir teniendo ninguna manifestación espiritual que la desconozca y la destruya. Ser cristianos implica amar la humanidad que somos y buscar vivirla en plenitud, sin excepciones.

Por otro lado, también es fundamental entender que la sencillez es el espacio en el que Dios se expresa. No lo hace simplemente en las complejas parafernalias de una sociedad de consumo que ha dejado que sea el boato, el ruido y el brillo quienes gobiernen los espacios de encuentro con lo espiritual. Navidad es aprender a conectarnos con lo esencial y vivir en libertad frente a lo accidental.

Algo debe quedar claro en este tiempo: sin atender a los débiles, a los pobres y a los excluidos, la Navidad se vuelve un mensaje alienante. Dios ha optado por estar del lado de los desfavorecidos (Lucas 1, 46-55), Él ha decidido defender y cuidar a los que todos desprecian. Celebrar el nacimiento de Jesús requiere volver nuestra mirada a ellos y luchar para que vivan en dignidad.

No permitamos que la alegría de este tiempo se quede en las luces, los abrazos, el espectáculo y los símbolos. Dejemos que esa alegría ayude a sanar las heridas más profundas que tenemos y nos lleve a reconstruir relaciones respetuosas, sanas y funcionales, buscando siempre generar espacios de dignidad en los que todos nos podamos realizar.

El perdón, la justicia y la solidaridad son los valores que deben caracterizarnos siempre, pero más en estos días. Esto implica vivir de una manera marcada por la sencillez y la profundidad, lejos del resentimiento o el odio que tanto mal le hacen a nuestro corazón.

Mirar el pesebre tiene que movernos interiormente a vivir a la manera de Jesús. Al fin y al cabo la experiencia cristiana tiene en la Pascua su experiencia fundante. Eso implica abrir la mente para reconocer al otro, tener actitudes de amor y solidaridad, con acciones justas que transformen la realidad. Que los abrazos y los besos de esta época sean la expresión más sencilla de un compromiso profundo de vivir desde la fuerza del Espíritu del Resucitado.

@Plinero