Los amigos de Gabriel García Márquez sabían que era un hombre supersticioso, que creía en objetos, situaciones o personas susceptibles de acarrear mala suerte, la «pava», llamaban a este efecto maléfico en Venezuela, por los tiempos en que Gabito era feliz e indocumentado. De los personajes históricos con la «pava» el más detestado era Cristóbal Colón.
La obertura de Vigilia del Almirante, de Augusto Roa Bastos dice: «Quiere este texto recuperar la carnadura del hombre común, oscuramente genial, que produjo sin saberlo, sin proponérselo, sin presentirlo siquiera, el mayor acontecimiento cosmográfico y cultural registrado en dos milenios de historia de la humanidad.
Este hombre enigmático, tozudo, desmemoriado para todo lo que no fuera su obsesión, nos dejó su ausencia, su olvido. La historia le robó su nombre. Necesitó quinientos años para nacer como mito».
De todos los adjetivos que usa Roa Bastos el que mejor lo describe es «enigmático». Hasta hace muy poco los historiadores aún discutían si Colón era italiano, español o portugués. Si descendía de humilde o noble linaje, si era cristiano viejo o secreto judío. No se sabía dónde estaba enterrado.
En 2011, visité su tumba en la catedral de Sevilla. Sé que hay otra en Santo Domingo y una más en el monasterio de La Cartuja. Podía estar en todas esas tumbas, o en ninguna.
Al parecer, un equipo de genetistas de la Universidad de Granada acaba de despejar algunas de estas dudas, abriendo un debate sobre la identidad cultural de Colón. Se sabe ahora que los restos del Almirante son los que reposan en la catedral de Sevilla.
Se descubrió además una posible ascendencia judía española. Los resultados muestran coincidencia con las poblaciones sefardíes de España, echando por tierra la muy extendida versión genovesa sobre su origen.
El navegante provendría en realidad de una familia de tejedores de seda de Valencia, que siempre ocultó su origen por miedo a la feroz persecución religiosa de la inquisición.
Nos queda su Diario de a bordo. Para muchos, su documento más importante y el germen de las letras hispanoamericanas. A su regreso del primer viaje, Colón prestó el diario original al rey Fernando de Aragón y el soberano lo dio por perdido. Devolvió una copia retocada a dos manos que también se perdió.
Por fortuna, un hijo no reconocido de Colón incluyó esa copia en una biografía sobre el navegante. No alcanzó a publicarla en vida y a su muerte el manuscrito también se perdió. 32 años después, se publica en Venecia la traducción al italiano del manuscrito perdido.
Así, el texto español del diario de Colón es en realidad la traducción de una traducción hecha a partir de una copia manipulada. Existe una versión comentada del Diario de a bordo, hecha por Fray Bartolomé de las Casas a partir de la misma copia a dos manos.
Más que el primer autor de las letras hispanoamericanas sería mejor decir que el Almirante es el primer personaje de ficción de nuestra literatura. Uno que cambió el rumbo de la ficción que llamamos historia.


