Durante décadas, hemos mirado los concursos de belleza como vitrinas del ideal: tacones altos, cintura marcada, sonrisa perfecta. Pero algo profundo está cambiando. Hoy, la belleza comienza a redefinirse desde adentro hacia afuera, desde la autenticidad más que desde el traje y los accesorios. En ese escenario transformador, los certámenes de élite como Miss Universe muestran una evolución cultural que merece celebrarse.
De hecho, en los últimos años esta organización ha eliminado límites de edad, abierto la participación a mujeres casadas, madres y transgénero.
Es una señal clara de que los estándares tradicionales —altura, medida, soltera sin hijos— ya no son el único filtro de valoración. Lo que importa ahora es la historia, el propósito, la presencia genuina. Así, la belleza se convierte en un acto de valor: levantar la voz, compartir la vulnerabilidad, abrazar el cambio.
Erróneamente, muchos aún creen que belleza es sinónimo de perfección. Pero la perfección es enorme trampa, porque nos deja atrapados en una versión que nunca puede sostenerse. En cambio, la belleza real florece cuando aceptamos nuestras cicatrices, celebramos nuestra identidad y usamos nuestra historia como plataforma de impacto. En un mundo que exige filtros, propongo que rescatemos la claridad. En un mundo que vende idealidad, reivindico lo auténtico.
Viajar, conocer culturas donde la belleza se ve en las manos rugosas, en la mirada cansada, en el gesto humilde, me ha enseñado que la verdadera revolución no ocurre en pasarelas, sino en vidas conscientes. Y por eso es tan significativo que los concursos globales rompan sus reglas antiguas. Porque cuando decimos “tú puedes: madre, líder, transgénero, madura”, también derribamos el muro que gritaba “no encajas”.
Es un honor muy especial compartir que he sido invitado como jurado este año en la edición de Miss Universe que se realizará en Tailandia. No será un desfile de apariencias sino un espacio de testimonios, de valor, de legado. Porque en ese escenario deseo premiar no solo un rostro o una estatura, sino una historia que inspire. Deseo aplaudir a la mujer que camina con consciencia, que sabe que sus tacones pueden cambiarse por botas para recorrer el mundo, y que reconoce que la belleza no se usa —se vive.
Hoy, la invitación es clara: resignifica tu belleza. Libérate de moldes, asume tu verdad, cuenta tu historia. Porque cuando lo haces, dejas de ser objeto para convertirte en puerta. Y desde esa puerta, otros pueden entrar y ver que la belleza no es una corona, sino una hazaña de coraje.
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